No elegí ser del Atleti. Nadie elige ser del Atleti. El Atleti te elige a ti, como esa vida de mierda que no puedes soltar porque, de alguna forma retorcida, amas cada segundo de ella. Porque ser del Atleti no es disfrutar de la gloria, es revolcarse en el barro, es abrazar el dolor con una sonrisa de loco. Es morder el polvo, escupir sangre y seguir corriendo.
Ser del Atleti es saber que, cuando estás a punto de tocar el cielo, alguien (normalmente el puto Madrid o un árbitro cabrón) te va a pisar los dedos y te vas a estampar contra el suelo. Y, joder, qué bonito es levantarse con la cara ensangrentada y seguir adelante.
El Atleti no es para cualquiera. Es para los que entienden que la vida no es justa, pero que se vive mejor cuando se le planta cara. Es para los que saben que el sudor vale más que el talento, que el esfuerzo es la única religión que merece la pena.
No soy del Atleti porque gane títulos. Soy del Atleti porque cada victoria sabe como si hubieras conquistado el puto Everest descalzo. Porque cuando Gabi levantó aquella Liga en el Camp Nou, se sintió más grande que cualquier Champions robada a golpe de petrodólares. Porque el Cholo nos recordó que con cojones se pueden desafiar a los gigantes.
Soy del Atleti porque prefiero una afición que canta en las malas a una que silba en las buenas. Porque prefiero un equipo que lo deja todo en el campo a uno que se pasea con la soberbia de quien cree que el fútbol es un derecho y no un privilegio.
Ser del Atleti no es una elección. Es un estilo de vida. Es saber que la victoria sin sufrimiento no sabe a nada. Es entender que el fútbol, como la vida, es para los que luchan.
Y por eso, hasta el último aliento… ¡Forza Atleti, joder!