Hay un tipo de persona que no sabe lo que es la paciencia. Un tipo de conductor que vive en un estado permanente de estrés y frustración, como si cada segundo que pasa en la carretera fuera un ataque directo a su existencia. Son los que pitan antes de que el semáforo se ponga verde, los árbitros del tráfico, los jueces del tiempo, los que creen que su claxon es una extensión de su voluntad.
No ha dado tiempo a que el semáforo cambie. No han pasado ni dos décimas de segundo. Pero ahí está el tío de atrás, con el dedo en el claxon como si fuera un pistolero del Viejo Oeste, esperando el momento exacto para soltar un bocinazo que retumba en toda la calle. No espera a que reacciones, no espera a que tu pie toque el acelerador. Él pita, porque en su cabeza no hay otra opción.
Y lo mejor es que ni siquiera tiene claro que el semáforo haya cambiado. Muchas veces pita por intuición. Ve que el semáforo peatonal ha cambiado a rojo, ve que hay movimiento en el rabillo del ojo y su cerebro entra en modo “VAMOS, HIJO DE PUTA, QUE NO TENGO TODO EL DÍA”.
Si le miras por el retrovisor, lo verás gesticulando, moviendo los brazos, con cara de haber sido víctima de la mayor injusticia del mundo. Le has robado 0,3 segundos de su vida y eso, para él, es inaceptable.
Pero lo mejor es cuando no puede avanzar ni aunque tú lo hagas. Hay tráfico, hay un coche delante, hay un cruce bloqueado… pero a él le da igual. Pita porque es su puto reflejo natural, como un chimpancé golpeando cosas cuando se frustra.
Y luego está el que no se conforma con un solo pitido. No. Ese es el amateur. El profesional te mete tres, cuatro, cinco bocinazos seguidos, como si estuviera componiendo una sinfonía de desesperación con su claxon. A ver si así, por arte de magia, el tráfico desaparece y puede seguir su camino sin perder un milisegundo más.
Lo mejor que puedes hacer en estos casos es ignorarle y alargar el arranque un poco más. No hay mayor placer que ver cómo su puta rabia se incrementa mientras tú te tomas medio segundo extra en meter la marcha. Porque si él va a hacer de tu trayecto un infierno, tú puedes hacer que se revuelva en su propia miseria un poquito más.
Los que pitan antes de que el semáforo se ponga verde no son conductores normales. Son los neuróticos del asfalto, los impacientes del caos, los desgraciados que creen que vivir con prisa los hace importantes. Y lo peor es que, al final, acaban llegando al mismo puto semáforo rojo que tú, con la única diferencia de que han pasado el trayecto cabreados mientras tú disfrutabas del espectáculo.