Las putas cucharas de madera han llegado para recordarnos que, en algún momento, alguien decidió que la experiencia de comer tenía que volverse más incómoda y desagradable. Antes, cuando pedías un helado, un yogur o cualquier mierda que requiriera una cuchara desechable, te daban una de plástico, funcional, suave, sin más historia. Pero ahora, por culpa de la guerra contra el plástico, te encasquetan una puta cuchara de madera que parece sacada de una carpintería barata.
Lo primero que notas al cogerla es la textura. Rugosa, seca, como si estuvieras sujetando un palillo de helado gigante. En cuanto la pasas por la lengua, sientes esa sensación áspera y desagradable, como si te estuvieras comiendo una astilla en vez de un postre. Da igual lo que estés comiendo, el sabor de la madera se mete en la experiencia como un invitado no deseado.
Si la usas para algo cremoso, te llevas media cucharada pegada en la superficie porque no desliza una mierda. Si es para un helado, peor todavía. La madera absorbe el frío y la humedad, y en cinco minutos parece que estás lamiendo un puto palo mojado.
Y lo peor es cuando te toca una cuchara de esas que están mal cortadas y tienen bordes ásperos o una ligera rebaba en la madera. Cada bocado se convierte en una puta prueba de resistencia, con el miedo constante de que te vas a clavar una astilla en la lengua por el simple hecho de intentar comer un yogur.
El plástico funcionaba. Nadie pidió este cambio. Pero aquí estamos, sufriendo con cucharas que parecen herramientas de tortura medieval mientras los de las empresas se felicitan por su “compromiso con el medioambiente”. Que sí, que el plástico contamina, pero tampoco es necesario sustituirlo por una mierda que hace que comer sea una experiencia desagradable.
Así que, si alguna vez te encuentras con una de estas cucharas de madera en tu postre, recuerda que no es solo un utensilio: es un recordatorio de que el mundo está empeñado en complicarnos la vida con soluciones que no pedimos.