Hay dos tipos de personas en este mundo: los que pueden cagar en cualquier lado sin despeinarse y los que necesitan su trono de confianza, su paz interior y su baño libre de miradas indiscretas. Si eres de los segunos, bienvenido al club de los cagones de élite, de aquellos que ven en cada salida un posible campo de batalla intestinal.
Porque seamos sinceros, cagar fuera de casa es un deporte extremo. No hay nada peor que ese momento en el que, en mitad de un día tranquilo, te llega el aviso del más allá. Empiezas con una ligera presión, un aviso sutil, una caricia de lo inevitable. Intentas ignorarlo, pero al rato la bestia ruge desde las profundidades: o buscas un baño o vas a conocer el verdadero significado del terror.
Aquí es donde empieza el calvario. No es solo encontrar un baño, es encontrar el baño correcto. No puedes entrar en el primero que veas, no señor. Necesitas uno limpio, con pestillo que funcione, sin colas de gente esperando fuera para que te apures y, sobre todo, sin testigos incómodos. Porque nada arruina más la experiencia que un baño con demasiada presencia auditiva.
Y luego está el factor psicológico. Si eres de los que sufren en silencio, cualquier mínimo sonido te pone en alerta. El miedo a ser descubierto es real. Cada ruido externo se siente amplificado. Si alguien entra al baño en ese preciso momento, tu esfínter se bloquea por arte de magia. Y si la puerta es de esas que dejan hueco abajo, peor todavía: la paranoia de que alguien reconozca tus zapatillas y asocie tu cara a la bomba biológica que estás dejando es insoportable.
Pero nada, NADA, se compara a la angustia de terminar y darte cuenta de que no hay papel. Aquí solo hay dos caminos: 1) improvisar con lo que haya (servilletas, tickets de compra, el alma) o 2) esperar a que alguien entre y hacer la peor petición de ayuda de tu vida. Un momento tan humillante que casi es mejor aceptar el destino y salir caminando con dignidad y el ojete untado en derrota.
Así que la próxima vez que salgas de casa, ten claro algo: cagar fuera no es un derecho, es una aventura. Un viaje en el que solo sobreviven los más preparados. Y si eres de los que pueden soltar lastre en cualquier lugar sin miedo ni remordimientos, felicidades. Eres un guerrero sin miedo al qué dirán. Pero para el resto, los que preferimos esperar hasta el último momento, un consejo: localiza un buen baño antes de que sea demasiado tarde. Tu dignidad depende de ello.