El fútbol ha cambiado, amigos. Se acabaron los tiempos en los que los jugadores eran guerreros de barro, sudor y sangre. Se acabaron los Gattuso, Cantona, Ibrahimovic, Roy Keane, etc. Ahora tenemos a una generación de futbolistas que parecen modelos de revista, obsesionados con su peinado, sus cremitas y su Instagram. Un simple toque y caen al suelo como si les hubieran disparado con un rifle de francotirador desde la tribuna. Peinados perfectos, uñas impolutas… más que futbolistas, parecen influencers de moda con un contrato con L’Oréal. Se pasan más tiempo en la peluquería que en el gimnasio. Antes del partido, degradado perfecto; después del partido, degradado perfecto. ¿Sudor? ¿Despeinado? ¡Jamás! Estos tipos tienen a un equipo de estilistas más grande que su equipo de preparadores físicos. Porque claro, lo importante no es ganar, lo importante es salir guapo en la foto del post-partido.
Antes los defensas te partían la pierna y ni siquiera pedías falta por miedo a que te llamaran nenaza. Ahora un manotazo al aire y ya están revolcándose por el suelo como si estuvieran poseídos. Y ojo, que esto no es solo en el campo, también fuera: un pequeño golpe y se saltan tres partidos “para no forzar”. Pobrecitos, que se les desajusta el equilibrio cósmico si no están al 100%.
Fingen lesiones como si fueran actores de telenovela. Un empujoncito y ya están en el suelo mirando al cielo con cara de sufrimiento existencial. Cinco segundos después, si el árbitro no pita nada, se levantan y siguen corriendo como si nada. Es un puto milagro de la medicina moderna. Y luego están los que se tocan la cara cuando les han dado en el hombro. Un fenómeno paranormal digno de estudio.
Pero lo mejor es cuando los sustituyen. Antes, un jugador salía cabreado, con ganas de seguir peleando. Ahora les ponen hasta el abrigo cuando salen del campo, no vaya a ser que cojan frío. ¿Os habéis fijado cómo les ponen el abrigo? Lo hacen como el peluquero que pone el abrigo a una viejita recién levantada del sillón de la peluquería. Lo hacen con un cuidado preciso para no despeinarlos ni un poquito. Un par de minutos de esfuerzo y ya necesitan su mantita térmica y su botella de agua con etiqueta personalizada. Qué tiempos aquellos en los que los jugadores salían con la camiseta rota y la cara llena de barro.
Lo peor es que esto se ha normalizado. Los niños ahora no quieren ser como Zidane o Maradona, quieren ser como ese delantero que se tira en el área al mínimo roce para que le piten penalti. Se entrenan más en el arte de la caída dramática y los bailecitos de celebración que en el de pegarle bien con las dos piernas o defender los córner.
Ahora todo es una payasada, una coreografía ensayada. Ojalá el fútbol vuelva a ser lo que era aunque viendo el panorama, me temo que es un sueño imposible.