“Ya no se puede hacer más”: El grito de guerra de los mediocres

Si hay una frase que me revienta los oídos y me rompe las pelotas más que un reguetón a todo trapo, es el maldito “ya no se puede hacer más”. Da igual el contexto: trabajo, gimnasio, proyectos personales, relaciones… Siempre hay algún iluminado que, cuando la cosa se pone difícil, suelta esta perla de la rendición con la seguridad de un gurú de la mediocridad.

Mira, no digo que haya que ser un puto superhéroe. No todo el mundo está hecho para romper récords ni para vivir al filo del esfuerzo sobrehumano. Pero, joder, al menos inténtalo. Porque el problema no es que realmente no haya nada más que hacer, es que no te da la gana buscar alternativas.

Cuando alguien suelta el “ya no se puede hacer más”, lo que realmente está diciendo es: “No quiero pensar en otra solución”, “Me da pereza esforzarme un poco más” y “Prefiero hacerme la víctima que intentar algo nuevo.”

Y ahí es donde me hierve la sangre. Porque los que dicen esto siempre tienen algo en común: tiran la toalla antes de que el combate empiece de verdad. Y lo peor es que lo hacen con una solemnidad que casi parece lógica, como si estuvieran aceptando con madurez una verdad universal.

No, amigo. No hay verdad universal en rendirse. Lo que hay es conformismo de manual. Se puede hacer más. Siempre se puede hacer más. Puedes intentarlo desde otro ángulo, buscar ayuda, cambiar de táctica, forzar un poco más la máquina. Puedes, pero no quieres.

Así que la próxima vez que oigas a alguien decir “ya no se puede hacer más”, míralo bien. Lo más probable es que no sea verdad. Y si te pillas a ti mismo diciéndolo, pregúntate: ¿de verdad no se puede hacer más, o simplemente me estoy rajando? Porque hay una delgada línea entre saber cuándo parar y rendirse como un cagón. Y la mayoría de la gente no sabe distinguirla.