Vivir aunque duela: así se hace

Hay personas que, incluso cuando la vida decide jugarles la peor mano, no solo siguen adelante: lo hacen con una dignidad que te deja callado, pequeño y con la sensación de que te quejas por puro vicio. No son héroes de película ni santos con estampita. Son gente normal, de carne y hueso, pero con una voluntad que parece hecha de hierro forjado a hostias.

Porque hay enfermedades que no avisan, que te caen encima como un piano y te dicen: “A ver cómo sales de esta, campeón”. Y ahí, donde cualquiera se vendría abajo, aparece esa gente que sigue viviendo. Que no da por culo, que no se convierte en mártir profesional, que no usa la enfermedad como tarjeta de visita para generar pena. No. Ellos hacen lo contrario: agarran lo que les queda, lo que son, lo que pueden, y tiran para adelante.

Esa gente que va a sus revisiones con humor, que convierte un hospital en un campo de pruebas para ver quién tiene peor chiste, que te recibe con una sonrisa medio torcida pero auténtica, aunque por dentro lleven un torbellino que ninguno de nosotros aguantaría media semana. Personas que, en lugar de instalarse en el drama, eligen vivir cada día como si fuese una especie de tregua. Un pacto temporal con la puta vida. Y lo honran viviéndolo, no llorándolo.

Y lo más grande es que no te lo restriegan. No te dan lecciones de vida. No van por ahí predicando mierdas motivacionales de taza de desayuno. Simplemente siguen. Tienen hambre de días, de momentos, de risas. De cosas pequeñas, joder: un café con alguien que quieren, un paseo, un rato sin dolor, un recuerdo bueno, una conversación tonta. Y lo viven con una profundidad que te deja temblando.

No te piden nada. No te exigen dramatismo. No te convierten en espectador obligado de su pena. Te demuestran, sin decirlo, que estar vivo no es un trámite: es una declaración de guerra. Una forma de resistencia.

Porque la enfermedad puede joderles el cuerpo, las rutinas, las certezas… pero no les arranca las ganas. Y las ganas, cuando son de verdad, son un superpoder. Ganas de levantarse. Ganas de reír. Ganas de seguir aquí. Ganas de no convertirse en el centro de la tragedia, sino en el centro de su propia vida.

Hay quienes viven como si les fueran a renovar mañana. Y luego están ellos: los que saben que cada día es un préstamo, y aun así lo gastan con alegría. Los que no aflojan. Los que no se rinden. Los que no dan por culo, pero enseñan más sobre la vida que cualquier gurú con frases en neón.

A veces la auténtica fortaleza no es vencer la enfermedad. Es seguir siendo tú a pesar de ella. Y esa gente, coño… esa gente es de una pasta que ya no se fabrica.

Nota final:

A ti, que te fuiste sin hacer ruido. No diste pena, no pediste foco, no diste por culo ni un solo día. Viviste cada día como si fueras tú quien le estaba dando una oportunidad a la vida, y no al revés. Seguiste adelante cuando muchos habrían tirado la toalla. Seguiste riendo cuando no tocaba, hablando cuando costaba. Tenías ese talento raro de hacer la vida un poco menos pesada a los tuyos incluso cuando la tuya estaba llena de piedras.

Y ahora, que ya no estás, queda tu ejemplo. Queda esa manera tuya de afrontar lo jodido con temple, con humor, con verdad. Queda la lección más simple y más difícil de todas: vivir mientras se pueda, y hacerlo bien.

Me quito el sombrero Chato, allá donde estés, ojalá sigas igual.