Si te metes en el mundo de los negocios pensando que con un par de buenos contactos y un PowerPoint bonito lo tienes hecho, mejor vete a vender pulseritas en la playa. Aquí fuera es una guerra, y los tiburones no se entretienen con peces pequeños. Se los comen.
No importa si eres el puto amo diseñando, gestionando o haciendo números como un contador poseído. Si no sabes vender, estás muerto. Y vender no es solo colocar un producto, vender es convencer, seducir y, si hace falta, meter un gol en el último minuto con la mano y celebrarlo como si nada. Los que esperan que el cliente venga a ellos acaban llorando en un rincón, preguntándose por qué nadie quiere su maravillosa idea. Porque las ideas no valen una mierda si nadie las compra. Así de fácil.
¿Tienes miedo de llamar, de ofrecer, de negociar? Pues hazte influencer de jardinería o quédate en casa. Porque aquí toca salir con los colmillos afilados. Nada de excusas, nada de “es que el mercado está difícil”, nada de “es que no me contestan los correos”. Te contestan si das con la tecla adecuada, y si no, te toca insistir hasta que suelten la pasta o te bloqueen.
Aquí no queremos gurús del emprendimiento ni charlas motivacionales. La gente no compra frases inspiradoras, compra soluciones. Así que deja de recitar tonterías sobre la mentalidad de tiburón y empieza a demostrar que sabes de lo que hablas. Los negocios no los hacen los que más saben, sino los que mejor saben moverse. Y moverse significa adaptarse, anticiparse y, de vez en cuando, soltar un buen codazo si hace falta.
El mundo está lleno de mediocres que hacen lo mismo, dicen lo mismo y venden lo mismo. Y la gente no tiene memoria para los grises. Así que sé el más escandaloso, el más brutal, el más cabrón si hace falta, pero haz que te recuerden. Si no te odian un poco, es que no estás haciendo ruido. Y sin ruido, no hay ventas. Así que deja de intentar gustarle a todo el mundo y empieza a ganarte clientes que sepan que eres el puto jefe en lo tuyo.
El tiempo es oro, y el oro es para los que lo arrancan con los dientes. Si estás esperando el momento perfecto, que venga alguien a darte la oportunidad de tu vida o que la suerte llame a tu puerta, sigue esperando sentado. Las oportunidades no llegan, se crean. Y si hay que romper una puerta para entrar, pues se rompe. Porque si te quedas fuera, los que están dentro se repartirán el pastel mientras tú te conformas con las migajas.
El que no vende, no manda. Y el que no manda, obedece. Así que decide si quieres ser el que parte el bacalao o el que recoge las sobras. En este juego solo hay dos opciones: ser el depredador o la presa. Tú eliges.
Si te mola este rollo y quieres más contenido sin filtros, sigue atento. Aquí no me ando con chorradas.