Santiago Apóstol, harto y con ganas de hablar

Me han vuelto a invocar. Pensé que era otra de esas fiestas folclóricas donde me sacan en procesión entre churros, cohetes y concejales con banda. Pero no. Esta vez era serio. Alguien me rezó con fe. De la de verdad. Así que, obediente, bajé a ver cómo andaba la vieja Hispania.

Y qué queréis que os diga: ¡madre del Amor Hermoso! Esto no es lo que dejé.

En mis tiempos, un alma dudosa se confesaba. Ahora hace un directo en Instagram hablando de “energía positiva” y se apunta a yoga con cabras. ¿Qué ha sido del rosario, la misa, la peregrinación? ¿De verdad necesitáis pagarle noventa euros a un chamán sueco para encontrar “el propósito”? Las iglesias vacías, los templos convertidos en museos y las bodas ya no es que sean más civiles que un funcionario de correos sino que ya son teatrillos de cuarta con ceremonias absurdas en las que toma la palabra hasta el camarero si hace falta. Y eso cuando se casan, porque algunos no saben ni si lo suyo es amor, apego o contrato temporal.

Pero no era solo la fe lo que parecía dormida. ¿Y España? Esa tierra por la que se me invocaba a grito de “¡Santiago y cierra España!” mientras se luchaba por la fe y la libertad… ahora parece un rompecabezas de egos y banderas autonómicas, cada cual más ofendida que la otra. He escuchado a uno decir “yo no soy español, soy de mi comarca”. ¡Pero si ni los romanos se atrevieron a tanto! ¿Dónde quedó la idea de un pueblo unido bajo algo más grande que su código postal?

Y luego está la forma en que camináis. En mi época, la gente iba a Compostela con ampollas y esperanza. Ahora van con bastón de carbono, GPS y parada para brunch. Antes se peregrinaba por redención. Hoy, por likes. Y el ruido… Señor, el ruido. Tanta pantalla, tanto postureo, tanta opinión sin alma. No hay silencio. No hay recogimiento. Solo eco, memes y discursos prefabricados con fondo de música electrónica.

También vi una clase de educación sexual en un colegio. No sabía si estaban enseñando biología, ideología o malabares con condones. ¿Todo vale? ¿Todo es relativo? ¿Todo se negocia? ¿Dónde quedó el bien y el mal? ¿El sacrificio? ¿La responsabilidad? Llamadme anticuado, pero el que murió en la cruz no lo hizo para que acabéis haciendo TikToks sobre poliamor y astrología.

Y sin embargo, también vi cosas que me dieron paz: una anciana rezando sola en una capilla, dos jóvenes que se abrazaban sin móviles entre ellos, un peregrino que caminaba en silencio mirando al cielo. Vi aún el brillo, tímido pero real, de la gracia. Porque aunque os hayáis olvidado de mí, yo no me he olvidado de vosotros. Ni el que me envió. Y si algo aprendí como apóstol es que la fe no muere: duerme. A veces siglos. Pero despierta con fuego cuando menos se espera.

España, hija rebelde y brillante, te han domesticado con confort, pero sigues siendo salvaje por dentro. Vuelve al Camino. Al verdadero. No al turístico con camiseta técnica y mochila de Amazon. El camino del alma. El que arde y sana.

Yo seguiré esperando en Compostela. No en la piedra. En el espíritu. Porque aunque me borréis de los libros, me ninguneen en los ayuntamientos, y me llamen “símbolo de tiempos oscuros”, yo sigo aquí. Y sigo viendo en vosotros, españoles confundidos, la chispa que un día incendió un imperio.