Safari urbano: los diferentes tipos de gente que piden en el metro

Si alguna vez has cogido el metro, sabes que hay ciertas cosas que son inevitables: el olor a humanidad en hora punta, los músicos que creen que están en la final de Got Talent, y por supuesto, la gente que pide dinero con más estrategia que un comercial de seguros. Pero ojo, porque no todos son iguales. No, amigo. Aquí hay categorías. Y si te fijas bien, podrás identificar a cada especie en su hábitat natural.

Está el que te cuenta su vida como si fuera un drama de Netflix. Este no pide, te hace un monólogo. Llega, se planta en el vagón y empieza con el mítico “Señoras y señores, disculpen que interrumpa su viaje”. A partir de ahí, se lanza a contarte su biografía con todo lujo de detalles. Que si perdió el trabajo, que si su primo le robó el dinero, que si su perro tiene ansiedad. Cada día la historia cambia, pero el objetivo es el mismo: sacarte la moneda con el poder de la lágrima.

Luego está el emprendedor del pack de kleenex. Este no pide dinero porque sí, no. Él te ofrece un producto. Te planta un paquete de kleenex en la mano sin previo aviso y luego te mira con cara de “ya me debes un euro, cabrón”. Tú intentas devolvérselo y él insiste con un discurso motivacional de ventas que haría llorar a Steve Jobs. Si te descuidas, te mete tres paquetes en el bolsillo y sales del vagón convertido en accionista de una fábrica de servilletas.

También está el que no habla, solo pasa la mano. Este es un ninja del mendigueo. No dice ni una palabra. Solo va pasando entre los pasajeros con la mano extendida y una mirada de pena nivel experto. Y aquí pasa lo mejor: el efecto incomodidad. La mayoría finge no verlo, otros miran al suelo como si estuvieran leyendo un mensaje muy importante en su móvil apagado, y los más valientes le sueltan un “lo siento, no tengo suelto” mientras llevan un billete de 50 bien dobladito en la cartera.

No podía faltar el artista incomprendido. No es un mendigo, es un performer incomprendido. Él no pide, él ofrece cultura. Se sube con una guitarra rota, una flauta desafinada o un acordeón que suena como si estuviera poseído por el demonio, y te castiga con tres minutos de tortura musical. Pero lo mejor viene después: si no le das dinero, te mira con decepción, como si fueras un ser sin alma que no sabe apreciar el arte callejero en su máxima expresión.

A veces aparece el que solo pide para cerveza. Aquí no hay rodeos. Se planta en el vagón y suelta un sincero: “No voy a engañarles, señores. No quiero dinero para comer. Quiero para una birra”. Y claro, ese nivel de honestidad te descoloca. Porque, coño, al menos no te está vendiendo un drama inventado. Y es probable que termine recaudando más que el resto, solo por el mérito de decir la verdad.

El clásico abuelito que te desarma es el peor de todos. Porque cuando ves a un chaval pidiendo, puedes endurecer el corazón. Pero cuando aparece el abuelito de 80 años con bastón y mirada tierna, se te cae el alma a los pies. No puedes ignorarlo. Le das dinero por reflejo, sin pensarlo. Y si no tienes suelto, te sientes como la peor basura de la humanidad.

Y, por último, el que se sube a gritarle al vacío. No está claro si pide dinero o solo ha venido a cagarse en el mundo. Se sube al vagón con la mirada perdida y empieza a despotricar contra el gobierno, la sociedad, su ex, Dios y el universo en general. A veces acaba con un “cualquier ayuda es bienvenida”, pero su prioridad es soltar bilis. Te deja más confundido que otra cosa.

Ahí lo tienes, un catálogo completo de personajes del metro, cada uno con su técnica, su estrategia y su manera de hacer que te replantees la vida. La próxima vez que te subas al metro, abre bien los ojos… porque nunca sabes qué categoría te va a tocar en el siguiente vagón.

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