Hay cosas que deberían ser de sentido común, pero el metro está lleno de pruebas de que no lo son. Cada día, miles de personas intentan moverse de un punto A a un punto B sin perder la paciencia, pero siempre hay un iluminado que decide que las normas no van con él: el que bloquea puertas, el que convierte la escalera mecánica en su trono personal, el que camina a paso de tortuga en hora punta o el que lleva la mochila como si estuviera en medio de una batalla medieval.
Si lees esto y te sientes aludido, enhorabuena, es probable que seas parte del problema. Pero no te preocupes, porque aquí va una guía rápida y definitiva para moverse correctamente en el metro sin convertirse en el enemigo público número uno.
El metro no es el sitio para pasear, reflexionar sobre el sentido de la vida ni detenerse en seco a mirar el móvil. Si vas lento, hazlo pegado a un lado. Si bloqueas el paso, te mereces cada bufido que recibas. No es tan complicado: si notas que la gente te adelanta por todos lados como si fueras un poste de luz, el problema no es el resto del mundo, eres tú.
Parece increíble que haya que seguir repitiéndolo, pero aquí estamos: lado derecho, te quedas quieto. Lado izquierdo, avanzas. Si decides plantar los dos pies en el lado izquierdo de la escalera mecánica, la humanidad tiene derecho a despreciarte. Y si encima llevas maletas o bolsas de la compra y bloqueas todo el paso, en este momento alguien te está deseando un tropiezo casual (sin consecuencias graves, pero aleccionador).
Las puertas del metro se abren y ahí están los de siempre: esos que piensan que el vagón está lleno de regalos y que tienen que entrar antes de que salga la gente. Antes de subir, hay que dejar bajar. No es una teoría compleja, es pura lógica. Esperar dos segundos no te va a matar, pero evitará que todos te odien.
Si llevas una mochila en la espalda en un vagón lleno, es casi seguro que has golpeado a media población sin darte cuenta. Cada giro tuyo es un golpe en la cara para alguien. No hace falta un máster en urbanidad para entender esto: quítate la mochila y llévala en la mano. No, no es incómodo. Lo que es incómodo es recibir un mochilazo sorpresa en toda la cara.
No, no has llegado a la meta de una carrera ni has aterrizado en otro planeta. Salir del vagón no significa que el mundo se detenga. Si te quedas parado en la puerta revisando WhatsApp, mirando a tu alrededor como si hubieras olvidado quién eres o, peor aún, tratando de decidir en qué dirección moverte mientras bloqueas a todo el que viene detrás… mereces cada suspiro exasperado que se escuche a tu alrededor. Es fácil: da tres pasos más y después piérdete si quieres, pero no lo hagas en la puerta.
Si la gente a dos metros de ti puede reconocer la canción que estás escuchando, estás haciendo algo mal. No somos tus seguidores en Spotify ni queremos serlo. Regula el volumen de tus auriculares o, mejor aún, cómprate unos decentes que no conviertan el vagón en tu discoteca privada.
Una cosa es mirar a alguien de reojo porque hay poco espacio y otra muy distinta es clavar la mirada como si estuvieras en un interrogatorio. Mirar fijamente a alguien durante más de tres segundos es incómodo y raro. Si no es amor a primera vista (y no lo es), aparta la vista y sigue con tu vida.
El metro es un lugar de tránsito, no un circo. Si aplicas estas normas, viajarás sin problemas y sin que la gente a tu alrededor te odie en silencio. Si decides ignorarlas, prepárate para recibir codazos, pisotones sospechosamente accidentales y alguna que otra mirada que te deseará un retraso en el tren cada mañana.
Ahora, haz algo útil: comparte este artículo con ese amigo que necesita aprender cómo moverse sin ser un obstáculo para la sociedad.