El gimnasio, ese templo sagrado donde se supone que la gente va a levantar pesas, sudar la gota gorda y forjar músculos de acero. En teoría, claro. Porque en la práctica, es más bien un plató de Instagram donde las pesas son meros decorados y los espejos los verdaderos protagonistas. Bienvenidos a la cultura del postureo fitness, donde lo importante no es cuánto levantas, sino cómo te ves mientras finges levantarlo.
No hay nada más icónico que el espécimen del gym-fluencer, ese ser mitológico que se pasea con su bidón de dos litros de agua (porque un vaso normal no es suficiente para tanta epicidad) y que tarda más en elegir el filtro de la foto que en hacer una repetición. En su hábitat natural, lo encontrarás frente al espejo, con el móvil estratégicamente colocado para capturar el ángulo perfecto de su bíceps… que, por cierto, no ha trabajado en meses. Porque claro, lo que no se sube a redes, no cuenta.
Luego están los del gimnasio de postureo extremo, aquellos que llegan con toda la indumentaria digna de un atleta olímpico: zapatillas de 200 euros, guantes de cuero, cinturón de powerlifting… todo para hacer tres repeticiones con una pesa y después sentarse en un banco a ver TikToks durante media hora. Su ejercicio principal es el levantamiento de smartphone y la elongación del pulgar para escribir “Dándole duro” en su última historia.
Y no nos olvidemos de los influencers del cardio, esos que pasan más tiempo ajustando el trípode para grabar su sesión en la cinta que realmente corriendo. Suben el nivel de inclinación, ponen cara de esfuerzo, graban 10 segundos… y después bajan la velocidad al mínimo mientras responden mensajes con cara de “qué duro es ser fit”. Todo por la ciencia del contenido viral.
Pero, sin duda, el mayor exponente del postureo en el gym es el tipo que carga la barra con todos los discos del gimnasio, la observa con intensidad, respira profundo, se ajusta los guantes, se mira al espejo… y después la deja exactamente donde estaba porque, sorpresa, solo quería grabar un vídeo de “motivación”. Al día siguiente, lo verás subiendo una foto con la frase “No pain, no gain”, mientras el único dolor que ha sentido es el de su ego al descubrir que el filtro no le marcaba los abdominales.
Así que si alguna vez te has preguntado por qué el gimnasio siempre está lleno pero las pesas nunca parecen moverse, ahí tienes la respuesta. Más que un templo del esfuerzo, es un desfile de egos con proteína en vena y ganas de validación digital. ¿Quieres ponerte en forma? Genial. Pero si lo único que levantas es tu móvil para un selfie… igual es hora de aceptar que tu entrenamiento es puro humo. ¡Nos vemos en la sala de pesas (o en el feed de Instagram)!