Los segundos entrenadores en los deportes de niños: los reyes del postureo y la inutilidad

Si has llevado a tu hijo a jugar a cualquier deporte, seguro que has visto a la figura más inútil que pisa un polideportivo: el puto segundo entrenador. Ese personaje que está ahí sin hacer nada relevante, pero que se lo toma como si estuviera dirigiendo la final de la Champions.

El entrenador principal, vale, ese al menos tiene que hacer algo. Poner alineaciones, gritar cuatro indicaciones y aguantar a los padres pesados que creen que su hijo es la reencarnación de Messi. Pero el segundo entrenador… madre mía, menudo personaje. No sirve para nada y aún así se cree parte fundamental del equipo.

Desde el minuto uno, se nota que está ahí por enchufe. O es un amigo del entrenador, o un padre pesado que ha querido meterse en el equipo, o un exjugador del club que se ha quedado anclado en su época de gloria y no ha asumido que su carrera acabó en juveniles. El tío no decide una mierda, no manda una mierda, pero ahí está, con su chándal a juego, pisando fuerte y dándoselas de técnico profesional.

Su papel es absolutamente irrelevante. En los entrenamientos da palmaditas, pone conos y suelta frases genéricas tipo “¡Venga, chavales, intensidad!” o “¡No nos relajemos!”… como si esos gritos de retrasado fueran a convertir a un niño de 9 años en un atleta de élite. En los partidos, peor todavía. No toma decisiones, no da órdenes, pero se levanta del banquillo cada dos por tres para fingir que tiene algo que aportar. Gestos exagerados, cabezazos con el entrenador principal, miradas de intensidad… todo pura pose.

Lo más triste es cuando quiere aparentar que entiende del deporte. Se pone con los brazos cruzados, serio, analizando el juego como si estuviera viendo la Premier League en vez de un partido de niños que se tropiezan con el balón. Y cuando por fin se atreve a decir algo, sueltan la mayor gilipollez de la historia:

—Yo haría un cambio ahora.

—Hay que jugar más por bandas.

—Que no nos metan un gol, ¿eh?

¡NO ME JODAS, GENIO! Qué gran análisis táctico, menudo cerebro privilegiado del deporte. A ver si llaman a Guardiola y le pasas tus apuntes, crack.

Pero lo más lamentable es cuando se mete demasiado en el papel. Porque hay segundos entrenadores que se creen auténticos mariscales de campo, auténticos generales del fútbol base. Gritan más que el entrenador, hacen aspavientos como si se estuvieran jugando la final del Mundial, se cabrean si el árbitro pita algo en contra… todo mientras dirigen a una panda de críos que apenas saben atarse las botas.

Y ojo, que también los hay rencorosos. Si el entrenador principal no le hace caso, se pone en plan ofendido. Se cruza de brazos, resopla, se aparta un poco del banquillo como si estuviera diseñando su propia rebelión. Porque claro, él tenía un plan maestro para ganar el partido y el entrenador, ese incompetente, no lo ha querido escuchar.

Y lo mejor es que ningún niño les hace puto caso. Pueden dar indicaciones, pueden animar, pueden hacer lo que quieran. Los chavales pasan de ellos como si fueran un mueble más del polideportivo. Y con razón.

Así que ya sabes. La próxima vez que vayas a un partido de niños, fíjate en el segundo entrenador. Ese tío con aires de grandeza y cero influencia en el partido. Un auténtico maestro del postureo deportivo, el hombre que lo da todo por absolutamente nada.

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