Los putos dependientes de ferretería que piensan que eres ingeniero industrial

Ir a una ferretería debería ser algo fácil. Tú entras con un problema, el dependiente te ayuda, compras lo que necesitas y te vas. Pero no. Porque en este mundo hay una especie de dependientes de ferretería que te miran con desprecio absoluto si no tienes un máster en bricolaje y fontanería.

Todo empieza cuando cruzas la puerta. No importa qué tan decidido vayas, en cuanto pisas la ferretería, te conviertes en un puto inútil a los ojos del dependiente. Puedes tener un doctorado, puedes haber operado corazones o pilotado aviones, pero si no sabes la diferencia entre una tuerca de métrica 6 y una de métrica 8, para él eres un completo subnormal.

Intentas explicarle lo que buscas. Lo haces con tus mejores palabras, con detalle, con ejemplos, incluso acompañas con gestos por si acaso ayuda. Pero nunca es suficiente.

—Busco un tornillo largo, fino, para fijar una madera a una pared.

—¿De qué tipo? ¿Rosca chapa, rosca madera, tirafondo, métrico?

—Ehh… no sé, uno que sirva.

—¿Y la cabeza? ¿Allen, hexagonal, de estrella, de vaso?

—No tengo ni idea.

—¿Y el diámetro? ¿Cuánto mide el agujero?

—No sé, medio centímetro.

—¿Medio centímetro exacto o estimado?

—Estimado…

—Pues si no sabe lo que quiere, ¿cómo quiere que yo lo sepa?

Y ahí estás tú, sudando, sintiéndote como un idiota, mientras el cabrón te mira con cara de “qué cojones hace este inútil en mi tienda.”

Porque el dependiente de ferretería no ayuda, no te da opciones, no te dice “mira, este te puede servir”. No. Te hace un puto examen técnico que no pediste, te pone contra las cuerdas y te hace sentir como un niño en una clase de física avanzada.

Y no importa que vayas con una idea clara. Si le dices que necesitas un destornillador, te responde con una lista de preguntas que te hacen replantearte la vida.

—¿Plano o de estrella?

—De estrella.

—¿Pozidriv o Philips?

—Ehh… el normal.

—¿Mango ergonómico, antideslizante o de precisión?

—Mira, dame uno y ya está, joder.

Pero lo peor es cuando vas con una pieza rota y le dices “quiero una igual.” Ahí ya te ha catalogado como el tonto del día. La coge, la gira, la analiza como si fuera un arqueólogo estudiando una reliquia egipcia y te suelta:

—Esto no lo tenemos. Pero si supiera lo que es, podría ayudarle.

¡PERO CABRÓN, TE LO HE TRAÍDO PARA QUE ME LO DIGAS TÚ!

Y si después de toda la humillación te vende algo y no te sirve, prepárate para la segunda ronda de desprecio. Porque volver a la ferretería a cambiar algo es una experiencia aún peor.

—Esto no me ha servido.

—¿Se lo dije o no se lo dije?

—No, me dijiste que no sabías si serviría.

—Pues ya ve. Si hubiera sabido lo que quería, no estaría perdiendo el tiempo.

Así que la próxima vez que vayas a una ferretería, ya sabes lo que te espera. Un interrogatorio, una humillación y la sensación de que eres un puto idiota que no merece comprar un simple puto tornillo. Porque para el dependiente de ferretería, o eres ingeniero, o no eres nadie.