Si alguna vez has ido al supermercado con prisa, seguro que te has cruzado con uno de estos especímenes extraños que convierten la simple acción de coger un cartón de leche en una puta misión de infiltración. No les vale con coger el producto que está justo delante. No, no. Ellos tienen que meter medio cuerpo en la estantería para rebuscar como si estuvieran buscando el puto Arca de la Alianza.
No importa qué sea: leche, yogures, pan de molde, embutidos… Siempre hacen lo mismo. Se acercan con cara de detective privado, se aseguran de que nadie los esté mirando, y empiezan a escarbar en la estantería como si en el fondo hubiera un premio secreto. Y ahí estás tú, esperando pacientemente para coger lo primero que pilles, pero no, tienes que esperar a que el maestro catador de fechas de caducidad termine su ritual.
Porque claro, todo se reduce a la fecha de caducidad. Como si realmente fuera a cambiarles la puta vida que el yogur caduque un día más tarde. Como si fueran a morir envenenados por coger el cartón de leche que el reponedor ha dejado más accesible. No importa que vayan a consumirlo en dos días, ellos quieren el que dure más. No pueden arriesgarse a tener un producto que caduque dentro de dos semanas cuando pueden conseguir uno que aguante 16 días.
Lo mejor es cuando intentan hacerlo sin que se note. Empiezan con un leve empujón al primer producto, como si quisieran comprobar que está bien. Luego, con una sutileza nula, meten el brazo y empujan todo lo que hay delante para alcanzar el santo grial de la estantería. El cartón que lleva un día más de vida.
Si hay más de un paranoico en la misma sección, la situación se vuelve todavía más absurda. Dos personas metiendo el brazo en la misma nevera, empujando los productos como si estuvieran en una excavación arqueológica, bloqueando el paso a los que simplemente queremos coger una puta leche sin hacer el ridículo.
Y lo más gracioso es que esta gente nunca piensa en los que vendrán después. Porque después de rebuscar, lo dejan todo hecho un desastre. Los productos mal colocados, algunos tirados de lado, otros medio caídos… y ahí se quedan, con su cara de satisfacción, como si acabaran de tomar la mejor decisión de su vida.
Así que la próxima vez que veas a alguien revolviendo la estantería como un puto mapache buscando comida, piensa en esto: lo más probable es que, al final, la diferencia en la fecha de caducidad sea una gilipollez. Pero claro, ellos necesitan su pequeña victoria personal. Aunque para ello tengan que dejar el supermercado patas arriba.