Los guardias civiles que te paran en carretera y se creen John Rambo

Si hay un momento en la vida en el que el corazón se te sube a la garganta sin haber hecho nada malo, es cuando ves a la Guardia Civil de Tráfico en plena caza del conductor desprevenido. Ahí están, apostados en mitad de la carretera como si fueran comandos especiales en una emboscada militar, listos para cazarte por cualquier mierda mínima.

El problema no es que te paren, porque bueno, es su trabajo. El problema es que algunos se creen los putos amos de la carretera, auténticos Rambos con tricornio, dispuestos a demostrar su poderío con una chulería que roza lo cómico. Te detienen con ese gesto de superioridad suprema, con el brazo en alto y la cara de “te vas a cagar, chaval.” Y tú, que ibas tan tranquilo, ya empiezas a sudar como si hubieras cometido un crimen de guerra.

Se acercan con el paso firme, las botas resonando en el asfalto como si fueran a detener a un narco y no a un pobre desgraciado que solo quería llegar a su puta casa. Te miran con una seriedad de película, como si estuvieran analizando a un terrorista internacional en vez de a un pringado que va a hacer la compra.

—Buenas tardes, documentación del vehículo y su carnet de conducir.

Y ahí empieza el interrogatorio. Te miran de arriba abajo, escanean tu cara como si tuvieran un software de reconocimiento facial incorporado y, si tienes la mala suerte de que el tío ha tenido un mal día, prepárate para una ronda de preguntas absurdas dignas de una película de policías de los 80.

—¿A dónde se dirige?

—¿De dónde viene?

—¿Sabe a qué velocidad iba?

—¿Ha bebido algo?

Y aunque respondas todo bien, aunque estés más limpio que un quirófano, ellos siguen con su cara de póker, como si estuvieran a punto de descubrir un crimen oculto en tu puto maletero. Porque para ellos, eres sospechoso hasta que se demuestre lo contrario.

Pero lo peor es cuando encuentran cualquier mínima excusa para joderte. Un papel que falta, una luz que no funciona, un cinturón que parece mal puesto… lo que sea para poder ponerse en modo “héroe de la legalidad”.

—Tiene usted la ITV caducada por dos días.

—Su matrícula está algo sucia.

—Le falta el chaleco reflectante obligatorio.

Y ahí es donde sacan todo su potencial de Rambo. Porque no basta con decirte el problema y ya está. Te lo explican con un tono de “te he pillado, hijo de puta”, como si fueras un fugitivo internacional. Se crecen, te sueltan una charla sobre normas de tráfico que ni siquiera ellos parecen disfrutar y, con suerte, te calzan una multita de regalo.

Y si intentas explicar algo, si intentas razonar, olvídate. Te interrumpen, te fulminan con la mirada y te sueltan el clásico:

—No me discuta, que esto no es negociable.

Y ahí lo tienes, John Rambo en versión agente de tráfico, dándose el gusto de ejercer su poder, mientras tú te quedas con cara de gilipollas y la cartera más vacía.

Y lo más gracioso es que cuando les conviene, se ponen en modo “coleguita”. Si ven que no hay nada con lo que joderte, de repente aflojan el tono, te sueltan un “circule y tenga un buen día” y se van con la misma seriedad con la que llegaron, dejándote con el corazón a mil y el cabreo en la garganta.

Así que la próxima vez que te paren, respira hondo, pon cara de niño bueno y reza para que no te haya tocado uno de esos guardias civiles que en su cabeza están librando una guerra contra el crimen del asfalto. Porque si les da por hacerse los Rambos, te vas a comer la experiencia completa, con interrogatorio, hostia en la cartera y un cabreo que te va a durar toda la semana.