Si alguna vez has pisado un gimnasio, seguro que te has cruzado con esa fauna ruidosa que convierte cada repetición en una puta ópera de sufrimiento. No importa la hora, el día o el lugar, siempre hay un cabrón que decide que su entrenamiento es un espectáculo sonoro y que el resto del gimnasio tiene que enterarse de su gloriosa lucha contra la gravedad.
Da igual si está levantando 200 kilos o si está haciendo curl de bíceps con las mancuernas de 5, el hijo de puta siempre grita. Primero un jadeo, luego un gruñido, después un ”¡AAAAHHH!” que parece sacado de una película porno de bajo presupuesto. Cada repetición es un parto, cada serie un exorcismo. Y tú, que solo has venido a entrenar tranquilo, acabas escuchando su banda sonora de testosterona en cada puta esquina del gimnasio.
Lo mejor es cuando están en la zona de pesas y se ponen a hacer press de banca como si estuvieran levantando el mismísimo puto martillo de Thor. Agarran la barra, inhalan fuerte y sueltan un grito que resuena por toda la sala. ”¡BUAAAAH!” “¡VAMOOOOS!” “¡AAAAH!”. Se retuercen, se sacuden, parecen estar luchando contra un demonio invisible. Y cuando terminan, sueltan la barra como si hubieran derrotado a un dragón medieval.
Pero los peores son los que no solo gritan, sino que encima lo acompañan con comentarios motivacionales de mierda.
—¡VAMOOOOS! ¡A POR TODAS!
—¡ESTO ES MENTAL, JODER, TÚ PUEDES!
—¡FUERZA, COJONES, FUERZA!
Y ahí estás tú, intentando concentrarte en no hacer el ridículo con tu sentadilla, mientras el cabrón de la esquina parece estar dirigiendo un jodido campamento de supervivencia en el Amazonas.
Y no olvidemos el clásico del gimnasio: el que grita y, además, deja caer las pesas con un estruendo que parece un puto terremoto. No hay descanso para el silencio. Cada serie suena como si estuvieran derribando un edificio a mazazos.
Pero la joya de la corona son los que no solo gritan mientras levantan pesas, sino que lo hacen también en los ejercicios más absurdos. Estás en la máquina de correr y, de repente, oyes un gemido salvaje de alguien que, sorpresa, está haciendo abdominales. ¡¿QUÉ POLLAS GRITAS HACIENDO ABDOMINALES, MAMÓN?! No estás partiendo rocas en una mina, estás levantando el tronco, joder.
Y luego, cuando terminan, se miran al espejo con orgullo, sudando como si hubieran conquistado Troya. Mueven la cabeza de lado a lado, se pasan la toalla por el cuello y esperan que alguien les aplauda. Pero no, hijo de puta, nadie te va a felicitar por haber hecho una repetición más de press militar.
Así que si eres de los que gritan en el gimnasio, relájate. No estás en Esparta, no estás en un dojo de samuráis, no estás en un combate a muerte. Estás levantando pesas como el resto. Cállate, haz tu serie y deja que los demás entrenemos sin tener que escuchar tu puta banda sonora de salvaje desatado.