Si alguna vez has intentado vender o comprar un piso, seguro que te has cruzado con uno de estos energúmenos de Tecnocasa. Son fáciles de reconocer: traje barato que les queda pequeño, corbata de mercadillo mal anudada, zapatos puntiagudos que parecen sacados de un catálogo de mafiosos de segunda, y una sonrisa de comercial que te hace dudar entre confiar en ellos o revisar si sigues teniendo la cartera en el bolsillo.
El modus operandi es siempre el mismo. Si eres vendedor, te asaltan como buitres. En cuanto pones un anuncio en Idealista o Fotocasa, prepárate, porque te van a freír a llamadas con su discurso de mierda:
—Hola, soy Pepito de Tecnocasa. He visto que vendes tu piso, ¿te gustaría que te ayudáramos a encontrar comprador? Tenemos una base de datos con muchísimos interesados.
Spoiler: no tienen una mierda. Su base de datos es una lista de cuatro nombres sacados del BOE y su plan es engañarte para que firmes con ellos en exclusiva y luego ponerse a buscar compradores como harías tú, pero cobrando una comisión obscena.
Si te niegas, insisten. Te llaman desde otro número. Te dejan mensajes. Se presentan en la puerta de tu casa como si fueran testigos de Jehová del ladrillo. Y si les mandas educadamente a la mierda, empiezan con la estrategia del miedo:
—El mercado está complicado. Sin nosotros te va a costar vender. Los particulares no consiguen buenos precios.
Sí, claro, y los de Tecnocasa tienen la clave del universo inmobiliario. Los cojones.
Pero si vender con ellos ya es un infierno, comprar es todavía peor.
Cuando entras a una de sus oficinas (porque sí, a veces hay que entrar, aunque solo sea para ver hasta dónde llega la cutrez), te recibe un grupo de niñatos con pinta de haber salido de un curso de ventas en YouTube. Todos iguales, todos con el mismo corte de pelo de chaval de gimnasio y la misma actitud de vendedor de coches de segunda mano.
Preguntas por un piso y te venden humo.
—Este es el mejor precio que vas a encontrar.
—Tienes que decidirte rápido, que hay más interesados.
—Si no compras ahora, los precios van a subir y luego te arrepentirás.
Todo es mentira.
Los anuncios que tienen en escaparate son pura ciencia ficción. Fotos mal hechas, descripciones absurdas (“luminoso” significa que tiene una bombilla funcionando, “zona tranquila” significa que está en Mordor) y precios hinchados con la excusa de que “el mercado está en alza”. Luego, cuando vas a ver el piso, descubres que las fotos eran de hace diez años y el único “interesado” en comprarlo es un gato callejero que ha hecho su hogar en el salón.
Y si se te ocurre negociar, te miran como si hubieras escupido en su comida.
—Es imposible que baje. El dueño no quiere rebajar ni un euro.
Dale dos semanas sin venderlo y lo verás con descuento.
Pero lo mejor viene cuando llega la hora de pagar su comisión. Porque sí, aunque no hayan hecho más que ponerte un piso en Idealista y enseñártelo con la energía de un cadáver con resaca, quieren su maldito 5%. Y no un 5% simbólico. Un 5% de un piso en Madrid, que es como regalarles un coche nuevo por haberte dado la mano y abrirte una puerta.
Lo peor es que se creen listos. Hablan con condescendencia, como si fueran brokers de Wall Street y tú un mindundi que no sabe ni lo que es una hipoteca. Y lo único que han hecho en su vida es aprenderse cuatro frases de manual de ventas barato y repetirlas hasta la muerte.
Así que, si alguna vez ves a uno de estos deambulando por tu barrio con su trajecito ridículo y su carpeta de captaciones, ya sabes lo que hacer: cruza de acera, no les hagas ni caso y sigue con tu vida. Porque si te dejas enredar, te van a sacar la sangre, la cartera y la paciencia.