Ir al gimnasio ya es bastante complicado entre los gritos de los flipados, las máquinas sudadas y el tío que monopoliza el banco de press de banca como si lo hubiera comprado. Pero si hay algo que realmente toca los cojones, es esa gente que no sabe poner bien las placas en las máquinas y las acaba reventando.
No es tan difícil. Coges la placa, la alineas con el pin y lo metes en el sitio. Fin. Pero no, hay auténticos ineptos que convierten esta tarea en una prueba de fuerza bruta sin sentido. Empiezan metiendo el pin a lo loco, sin fijarse si encaja o no, lo empujan con saña, lo giran, lo fuerzan y cuando ven que no entra, en vez de pensar “quizá lo estoy haciendo mal”, deciden que la solución es darle un hostiazo.
El resultado es que la máquina acaba con placas dobladas, agujeros destrozados y un pin que parece haber sobrevivido a una guerra. Y claro, luego llega alguien que sí sabe usar la máquina y se encuentra con que la placa número 10 no baja, la 15 está desencajada y la 20 directamente ha desaparecido en el limbo.
Lo mejor es que esta gente nunca asume que la ha cagado. En cuanto ven que han jodido la máquina, se levantan con disimulo y se van a otra como si no hubieran dejado ahí una puta catástrofe mecánica. Y si alguien intenta arreglar el destrozo después, descubre que el cabrón ha dejado el pin metido a la mitad, atascado como un tapón en una botella de sidra.
Y lo peor es cuando intentan hacer una combinación rara de placas. Que si “voy a meter el pin en la mitad para que pese un poco más”, que si “lo coloco en diagonal para que se sujete mejor”. Joder, ¿qué clase de ingeniería chapucera es esta? Luego vienen las quejas de que la máquina no funciona bien, cuando lo único que falla es la gente que no tiene ni puta idea de usarla.
Y una cosa más: si vas a estar golpeando la placa como un puto cavernícola, haznos un favor y métete una o dos más. Porque si la carga te está costando más encajarla que levantarla, igual es que te has quedado corto y no lo quieres aceptar.
Cada vez que un desgraciado empieza a golpear la máquina, el gimnasio entero se llena de un sonido metálico que parece sacado directamente de la intro de “Metal Hammer”. PUM, PUM, PUM, un ritmo de martillazos que haría llorar de orgullo a And One, pero que aquí lo único que provoca es desesperación y ganas de mandarlo a la mierda.
Si no sabes poner bien el pin, pregunta. Si no sabes cómo funciona la máquina, mírate las putas instrucciones o pregunta a alguien antes de cargártela. Porque cada vez que revientas una placa, haces la vida más difícil a todos los que entrenamos ahí. Y sinceramente, ya hay suficientes problemas en el gimnasio como para encima tener que lidiar con las chapuzas de los que no saben meter un puto pin en un agujero.