Si hay una criatura que domina el ecosistema del supermercado con una maestría inigualable, es la señora que se cuela en la caja. No hablamos de una simple ladrona de turnos, no. Esto es un nivel superior, una élite del escaqueo. Si el ajedrez es un juego de estrategia, colarse en la fila del súper es su versión de carne y hueso, con bolsas de rafia y olor a Elnett.
Todos conocemos la táctica del “solo llevo esto”. La señora que, con un bote de tomate frito en la mano, se te planta delante con una mirada de perrito mojado y suelta la frase mágica:
—“Solo llevo esto, ¿te importa?”
Y claro, a ti te coge en frío. Porque sí, lleva un bote de tomate en la mano, pero en el carrito lleva víveres suficientes para alimentar a una familia durante una guerra nuclear. Para cuando reaccionas, ya ha desplegado su arsenal en la cinta y tú pasas a ser su rehén, observando cómo desgrana una lista de descuentos y cupones como si estuviera lanzando un hechizo milenario.
Otra variante de la coladora profesional es la que no pregunta, no avisa, no da explicaciones. Simplemente aparece. Un segundo antes estabas solo en la cola, el siguiente, ahí está: delante de ti, con una bolsa de mandarinas y una postura de “yo estaba aquí antes que tú, aunque me materialicé de la nada”.
Este tipo de señora es peligrosa porque juega con la duda. “¿Será posible que no la haya visto?” “¿Estaba aquí y yo soy el loco?” Pero no, amigo. Te ha robado el sitio con la habilidad de un ninja del siglo XXI. Y lo peor es que si te atreves a decir algo, pone cara de “pero qué me estás contando, si yo estaba aquí desde el Pleistoceno”.
A continuación entramos en territorio de guerra avanzada. Esas señoras que llegan en grupo, con un carrito lleno de productos del hogar, y, cuando una consigue infiltrarse en la fila, empieza a llamar al resto como si fuera una operación encubierta de la CIA.
— “¡Pili, ven, que ya estoy aquí!”
— “Mari, tráete las galletas que están en oferta, que ya me cuelo yo.”
— “Loli, pásame el pan, que ya me están cobrando.”
Y de repente, lo que parecía una cola normal se convierte en un asedio medieval donde tú, pringado, pasas de estar en la mitad de la fila a ser el último de la cola, mientras ves cómo sacan productos de los bolsillos, del bolso, de otra dimensión.
El problema no es solo que se cuelen. El verdadero drama es que nadie las para. Ni la cajera, ni el de seguridad, ni los demás clientes. Las señoras que se cuelan en el súper tienen inmunidad diplomática. Son como entidades superiores, como presidentas honoríficas del supermercado. Tienen 70 años de experiencia en batallas de cajas registradoras y no hay quien las tosa.
Tú puedes indignarte, fruncir el ceño, resoplar. Nada de eso servirá. Ellas ganan siempre. Porque al final del día, cuando tú sigues en la cola pensando en si debiste haber protestado, ellas ya están en casa, con su compra hecha, el mando de la tele en la mano y un café con leche humeante. Son las verdaderas campeonas del escaqueo.
Así que la próxima vez que entres al súper, no te confíes. Si ves una señora con pinta de amable, con un bote de tomate en la mano, huye, amigo, huye. O mejor aún, ríndete. Porque esta batalla, como tantas otras, ya la tienes perdida.