Las putas tortugas urbanas: una oda a los que caminan como si el mundo les esperara

Hay gente que anda por la calle como si estuviera paseando por un puto museo de cera: despacio, con esa calma exasperante que te hace dudar si están vivos o son solo maniquíes con pilas gastadas. Los ves venir, arrastrando los pies como si llevaran grilletes invisibles, ocupando toda la acera como si fueran los dueños del maldito mundo. Y tú, que vas con prisa porque, no sé, ¿tienes una vida?, te toca hacer malabares para no estamparles un codazo accidental en la nuca. Bienvenidos al infierno peatonal, amigos: las jodidas putas tortugas urbanas.

No me malinterpretes, no tengo nada contra los abuelos que van con bastón y una sonrisa tierna, esos tienen pase VIP para ir a su ritmo. Pero ¿qué coño pasa con el resto? Ese tío de treinta y pico que va mirando el móvil como si estuviera descifrando el código Da Vinci, dando pasitos de mierda mientras tú intentas esquivarlo como en un videojuego de los 80. O la tipa que pasea con su amiga, las dos en paralelo, charlando a grito pelado sobre el último drama de WhatsApp, bloqueando la acera como si fueran una muralla humana. ¡Moved el culo, hostia, que no estáis en un plató de Telecinco!

Y luego está el colmo: los que se paran en seco. Sin aviso, sin mirar atrás, como si el universo les hubiera susurrado al oído: «Eh, justo aquí, en medio de la puta calle, es el momento de revisar si tienes un moco». Y tú, que vienes detrás con el turbo puesto, tienes que frenar en seco como en una película de acción mala, solo que sin explosiones ni música épica, solo con ganas de soltar un «¡ME CAGO EN TU RITMO VITAL!».

Lo peor es que estos especímenes no tienen ni idea del caos que generan. Viven en su burbuja de lentitud, ajenos a las miradas asesinas y los suspiros de hartazgo que van dejando a su paso. ¿Es que no les enseñaron de pequeños que la acera es una autovía, no un puto retiro zen? Si quieres ir de tranqui, hazlo en un parque, en tu casa o en una playa desierta, pero no en plena hora punta en el centro de la ciudad, ¡cojones!.