Las pelis de Mad Max no tienen ni un segundo de descanso, ni un puto gramo de lógica y ni una pizca de cordura. Coches destrozados, gasolina como oro líquido, punkis postapocalípticos y explosiones que harían llorar de felicidad al más malvado de todos los villanos. Es básicamente lo que pasa si juntas Fast & Furious, El Libro de Eli y un litro de gasolina en una hoguera.
A diferencia de otras sagas postapocalípticas donde hay reflexiones filosóficas sobre la humanidad, dilemas morales y drama existencialista, Mad Max se pasa todo eso por el forro. Aquí lo único que importa es quién tiene más gasolina, más armas y el coche más grande. Los malos no tienen plan maestro, solo ganas de matar y robar gasolina. Los buenos tampoco son santos, simplemente son los cabrones que han decidido aguantar un día más sin morir atropellados por un coche con cuchillas. Y en medio de todo está Max, un tío con cara de estar hasta los cojones de la vida, que solo quiere que lo dejen en paz pero siempre acaba metido en el puto infierno motorizado.
Los villanos de Mad Max parecen el resultado de mezclar metanfetamina con cuero y pintura de guerra. Desde el Toecutter de la primera peli hasta Immortan Joe en Fury Road, todos parecen haber salido de una fiesta punk postnuclear donde el dress code era “parecer lo más jodido posible”. Un gigante con máscara de calavera y tubos en la cara que gobierna un ejército de fanáticos albinos. Un tío con una guitarra que echa fuego mientras va montado en un camión de guerra. Motociclistas vestidos como si fueran villanos de un anime raro. En el mundo de Mad Max, nadie viste normal. Aquí todo el mundo va en cuero, con cascos ridículos y la cara pintada de blanco o con cicatrices. Básicamente, la estética es lo que pasaría si un grupo de heavys se quedara sin agua en el desierto y decidiera volverse loco.
Los coches en Mad Max son un puto espectáculo. No hay ni un coche normal en toda la saga. Todo tiene pinchos, tubos de escape gigantes, ruedas descomunales y motores que parecen estar a punto de explotar en cualquier momento. Y lo mejor es que nadie conduce con calma. Aquí todo el mundo va a fondo, como si el freno fuera un pecado. Y en Fury Road llevaron esto al siguiente nivel. Toda la puta peli es una persecución sin pausa. Dos horas de coches destrozándose, explosiones, acrobacias imposibles y gente gritando. Ni un puto segundo de respiro.
Max pasa de todo. No es un héroe clásico, no quiere salvar a nadie, solo quiere que lo dejen en paz y que no le roben el coche. Pero siempre acaba metido en un caos de guerra, gasolina y explosiones porque el apocalipsis es un sitio de mierda donde la tranquilidad no existe. Y en Fury Road, directamente le roban el protagonismo. Charlize Theron como Furiosa se lo come con patatas y él pasa de ser el personaje principal a un tipo que solo está ahí para sobrevivir y gruñir de vez en cuando. Y aun así funciona, porque en Mad Max lo único que importa es que haya coches, violencia y caos.
Y ahora llega Furiosa, la última entrega de la saga, donde George Miller se marca otra puta locura sobre ruedas. Esta vez sin Max de por medio, pero con más desierto, más polvo y más gente con la cara pintada de blanco gritando por gasolina. Anya Taylor-Joy toma el relevo de Charlize Theron para contar el origen de Furiosa y, si alguien esperaba que la historia fuera tranquila, se ha equivocado de película. Otra vez coches destartalados, otra vez villanos con pintas de festival de heavy metal, otra vez violencia en alta velocidad y explosiones que desafían cualquier puta ley de la física.
No hay una película de Mad Max que no sea pura adrenalina y Furiosa no es la excepción. Si Fury Road ya era un viaje sin frenos, esta pinta igual o peor. Más guerra, más caos, más gasolina ardiendo y un guion que, como siempre, es lo de menos porque aquí lo único que importa es cuántos coches se destrozan y cuántos cabrones mueren atropellados en el proceso.
Las pelis de Mad Max son un delirio absoluto, pero en el mejor sentido posible. No intentan tener lógica, ni profundidad, ni coherencia. Solo son gasolina, velocidad, explosiones y locura. Y en un mundo lleno de películas que intentan explicarlo todo, a veces lo único que necesitas es ver a un grupo de colgados en coches monstruosos dándose de hostias en el desierto. Si no has visto Mad Max, no sabes lo que te estás perdiendo. Porque el cine está bien, el arte está bien… pero nada es mejor que un cabrón con una guitarra lanzallamas montado en un camión en plena guerra postapocalíptica.