Hay misterios en esta vida que jamás tendrán respuesta. ¿Por qué siempre elegimos la caja de leche que está rota? ¿Por qué los mosquitos te acribillan solo a ti cuando hay cinco personas en la habitación? ¿Y por qué, por el amor de Dios, cuando pides unas croquetas en cualquier bar te traen la puta mitad del plato?
Es una estafa tan descarada como antigua. Tú ves la carta, lees “Croquetas caseras” y en tu mente ya te estás relamiendo con una bandeja bien surtida, rebosante de croquetas doraditas, con el rebozado crujiente y el relleno fundiéndose en la boca. Pero no. La realidad es otra. Llega el camarero con cara de “A ver cómo te lo explico” y te deja delante un plato con cuatro tristes croquetas, separadas como si hubieran peleado antes de salir de la cocina.
¿Y quién decidió que cuatro era el número maldito? La hostelería lo sabe bien: una ración completa cuesta un riñón, pero la media ración es la verdadera trampa mortal. Porque claro, después de devorar esas cuatro croquetas en tiempo récord, sigues con hambre, y ahí es cuando el bar te atrapa: o pides otra media (y pagas el doble por lo que debería haber sido una entera) o te quedas con la insatisfacción de un amor no correspondido. Cuatro es la cantidad mínima.
Pero lo peor no es solo la cantidad, sino la presentación. Porque si al menos las pusieran con cariño, en un plato bonito con un poco de lo que sea o alguna filigrana, podrías pensar que hay un toque de arte culinario. Pero no. Te las plantan en un plato blanco, separadas como si se odiasen entre ellas, mirándote como si fueran testigos de Jehová llamando a la puerta de tu casa: con miedo y sin muchas ganas de estar ahí. Y, si te descuidas, una vendrá rota, derramando su bechamel como un soldado caído en combate.
Así que la próxima vez que pidas croquetas, hazlo con conocimiento de causa. Sabes que te van a timar, pero no dejes que te tomen por tonto. Cuando el camarero te ponga ese plato insultante delante, míralo fijamente, señala las croquetas y suelta un seco: “Perdona, pero aquí faltan croquetas o me sobran ganas de vivir”. A lo mejor, con suerte, te regalan una extra por pena.