Las camisetas de tirantes en el gimnasio: el uniforme oficial del flipado de turno

Si hay algo que nunca falta en un gimnasio, aparte del olor a sudor y el tío que grita como si estuviera dando a luz en el press de banca, es el clásico espécimen que decide que su camiseta de tirantes es lo único que lo separa de la grandeza.

No es cualquier camiseta de tirantes. No. Es esa que prácticamente no es una camiseta, sino cuatro hilos mal cosidos, con los tirantes tan finos que parecen hechos con hilo dental y unos cortes laterales que dejan más piel al descubierto que un anuncio de aceite de bronceado.

Porque claro, si has estado tres semanas yendo al gimnasio con regularidad, el mundo necesita verlo. La camiseta normal no vale, porque tapa demasiado. Hay que mostrar esos trapecios, esos hombros, ese pecho trabajado a base de repeticiones y proteína en polvo. El gimnasio no es un lugar para entrenar, es un escenario.

Lo mejor es que estos tíos no solo llevan camisetas de tirantes, sino que se comportan de una manera que hace que no pasen desapercibidos. Primero, el ritual de mirarse en el espejo cada vez que terminan una serie. Se ajustan la camiseta (bueno, lo que queda de ella), hacen un par de poses de culturista y luego miran alrededor para asegurarse de que alguien los ha visto. Porque, ¿de qué sirve entrenar si nadie te ha mirado?

Luego viene el clásico paseo innecesario por el gimnasio. No importa si están entrenando espalda o bíceps, van a dar vueltas por toda la sala, asegurándose de que todos tengan su momento para admirar su físico.

Pero lo mejor es cuando, después de cada serie, se levantan la camiseta para “secarse el sudor” mientras aprovechan para flexionar los abdominales. Porque claro, limpiarse con una toalla como una persona normal es para débiles.

Y ni hablemos de los que se hacen los machos alfa en la zona de pesas. Llevan la camiseta de tirantes más ajustada que han encontrado y, cada vez que alguien pasa por su lado, inflan el pecho y flexionan los brazos como si estuvieran a punto de entrar a un combate de la UFC. Da igual si están levantando 20 o 200 kilos, la actitud es la misma: soy el puto rey del gimnasio.

Lo peor es que este tipo de tío siempre entrena en grupo. Nunca están solos. Siempre hay un séquito de otros clones con camisetas minúsculas, turnándose para hacer banca y dándose palmadas en la espalda mientras gritan “¡VAMOS, BRO, UNA MÁS!”

Y luego, cuando terminan de entrenar, se pasean por los vestuarios sin prisa, sin camiseta y con la misma actitud de “mírame”. Se ponen desodorante flexionando el brazo, se miran en el espejo por última vez y se van con la seguridad de que hoy han sido el espectáculo principal del gimnasio.

Así que si ves a alguien con una camiseta de tirantes que apenas es ropa, sabes lo que hay. No ha venido solo a entrenar. Ha venido a ser visto.