Pocas cosas hay tan desesperantes como abrir el buzón y encontrarte la factura de la luz. Ya sabes lo que es. Ese sobre con aspecto inofensivo que esconde dentro una hostia en forma de números. Y tú, que llevas semanas apagando luces como un poseso, duchándote en el gimnasio, friendo huevos con una linterna y viviendo en penumbra como un topo deprimido, te preguntas con lágrimas en los ojos: ¿Pero cómo cojones puede ser más cara que el mes pasado?
Bienvenido, colega, a la odisea eléctrica. Una aventura mensual que combina misterio, drama, ciencia ficción y comedia negra. Y todo empieza cuando intentas descifrar la factura. Porque no es una factura. Es una puta adivinanza. Un jeroglífico burocrático con términos como “potencia contratada”, “energía reactiva”, “término fijo”, “término variable”, “peajes”, “ajustes de mercado” y “ajuste de cojones”.
—“¿Pero cuánto he gastado?”
—“Depende, ¿en qué franja horaria has puesto el lavavajillas?”
—“Pues… después de cenar.”
—“¡MAL! Has caído en la franja demoníaca. La hora de las tarifas zombis. Eso te va a costar un ojo, media oreja y tu dignidad.”
Pero lo mejor viene cuando decides llamar. Ay, amigo… eso es entrar en las fauces del infierno con una sonrisa inocente. Primero te atiende un robot que te pregunta tres veces si quieres hablar con un operador humano, como si fuera un puto test de fidelidad. Y cuando por fin consigues que te pasen con alguien, te toca una chica que, aunque muy maja, parece que está leyendo un manual de instrucciones de un reactor nuclear en braille.
—“Tiene usted contratada una tarifa PVPC con discriminación horaria, indexada al OMIE y con un recargo por exceso de potencia no utilizada.”
—“Perdona… ¿me puedes repetir eso en humano?”
—“Claro. Básicamente, te la estamos metiendo pero con tecnicismos.”
Y tú ahí, con cara de gilipollas, asintiendo mientras te explican que si te cambias a otra tarifa con menos impuestos de transición energética, pero más impuestos de congestión espiritual, igual pagas un 3% menos si pones la lavadora en Nochevieja a las 04:27h mientras recitas la tabla periódica al revés.
Y cuando crees que ya lo has visto todo, te llaman para ofrecerte “una mejora”. Que es como si un carterista te dijera: “Te he robado la cartera, pero mira, te dejo el DNI, que soy buena gente”.
Pero ojo, que no todo está perdido. Porque hay luz (nunca mejor dicho) al final del túnel.
Yo conozco a unos tipos que se dedican a mirar tus facturas, entenderlas (sí, hay gente que realmente las entiende, como si fueran chamanes de la energía), y decirte si te están sangrando más de la cuenta. Se llaman AMBOSS ENERGÍA.
Te hacen un estudio gratis, sin compromiso, y si pueden mejorarte lo que pagas, te lo gestionan todo. Pero TODO. Sin que tú tengas que llamar a nadie, ni rellenar formularios, ni hablar con Siri versión energética.
Y si no pueden ayudarte, te lo dicen. Pero si pueden… te bajan el precio, te explican cómo y tú te quedas flipando. Como si te hubiera tocado la lotería. La lotería de pagar lo justo, que hoy en día ya es mucho decir.
Así que si estás hasta los huevos de pagar por respirar en tu salón, avísame. Que te paso el contacto. Porque vivir sin miedo a encender el horno debería ser un derecho humano, joder.