Vivimos en un mundo donde la mediocridad se ha convertido en una pandemia peor que cualquier virus. No hay vacuna contra la incompetencia, ni mascarilla que nos proteja de la estupidez. Cada día, salimos a la calle y nos topamos con gente que camina como si tuviera la batería al 5%, con la misma energía que una piedra de río. La mediocridad se ha instalado en todas partes: en el trabajo, en la política, en el deporte y, lo peor, en la cabeza de demasiada gente.
¿Recuerdas cuando la excelencia era algo que se buscaba? Cuando la gente tenía orgullo por hacer las cosas bien, por aprender, por mejorar. Ahora el lema es «haz lo mínimo y exige lo máximo». La nueva religión es la de los que se quejan por todo pero no mueven el culo para cambiar nada. Quieren resultados de campeón con el esfuerzo de un domingo de resaca. Y si les dices algo, te sueltan la excusa estrella: «Es que estoy cansado». ¡Claro que estás cansado! Si tu mayor logro del día es haberle dado like a tres vídeos de gatitos en Instagram, normal que estés agotado.
Lo peor es que los mediocres han aprendido a camuflarse. No van por ahí con un cartel que diga «soy un inútil», no. Han desarrollado técnicas avanzadas de disimulo: reuniones eternas donde no se dice nada, currículums inflados con palabras que nadie entiende, y un talento natural para esquivar cualquier responsabilidad. Son ninjas del mínimo esfuerzo. Maestros del «yo no fui». Campeones del «es que nadie me avisó».
¿Y sabes qué es lo más grave? Que la mediocridad es contagiosa. Rodearte de gente sin ganas, sin ambición y sin amor propio te convierte, poco a poco, en uno de ellos. Es como si te metieran en un tanque de agua tibia y te fueran convenciendo de que la vida está bien así, que no hace falta correr, que no merece la pena intentarlo. Y si te esfuerzas más de la cuenta, te miran raro. Como si fueras un alien. Porque en el mundo de los mediocres, la excelencia es sospechosa.
Pero no todo está perdido. Hay que declararle la guerra a la mediocridad. A esa mentalidad de «con lo justo me vale». A la cultura del «ya lo haré mañana». Es hora de arrancar de raíz la pereza, de darle un portazo en la cara a la queja sin acción, de mandar a la mierda la conformidad. Que si vas a hacer algo, hazlo bien. Que si te levantas por la mañana, hazlo con ganas. Y que si vas a competir, compite para ganar.
Porque al final del día, hay dos tipos de personas: los que se conforman y los que conquistan. ¿Tú de cuál eres?