La gente que arrastra maletas medianas y el misterio universal que representan

Hay fenómenos urbanos que escapan a toda lógica: los que corren detrás del bus mientras ya arrancó, los que comen cosas con olor fuerte en el metro… y, por supuesto, los que van por la calle arrastrando una maleta de tamaño medio como si eso no fuera rarísimo.

No estamos hablando de viajeros rumbo al aeropuerto con mochilas gigantes, ni de ejecutivos con maletines con ruedas (otra categoría inquietante). No. Hablamos de esa maleta mediana. La que no parece irse muy lejos, pero tampoco se queda cerca. La maleta que no cabe en un vuelo low cost sin problemas, pero tampoco amenaza con ocupar medio vagón del tren.

¿Quiénes son estas personas? ¿Qué están tramando? ¿Están escapando? ¿Volviendo? ¿Van a una pijamada de tres días o a una mudanza emocional?

Hay algo muy sospechoso en su andar tranquilo. Porque si arrastras una maleta por la ciudad un martes a las 10 a. m., mínimo deberías tener cara de estrés. Pero no. Caminan como si llevar una rueda atrapada en una baldosa fuera parte de su rutina. Como si el “clic-clic-clic” de la maleta sobre el adoquín fuera una banda sonora personal.

Y luego está el tema del contenido. ¿Qué hay en esa maleta? ¿Un par de mudas y un misterio? ¿Un teclado MIDI, un saco de papas y un peluche gigante? Nunca lo sabremos. Lo único seguro es que pesa lo suficiente como para justificar el sudor en la frente, pero no tanto como para pedir un Uber.

En el fondo, estas personas son valientes. Han decidido enfrentarse al mundo con una rueda floja y una convicción inquebrantable. Son los verdaderos héroes anónimos del asfalto. Quizás no tengan rumbo fijo, pero tienen ruedas. Y eso, en estos tiempos, ya es mucho.