Hay algo profundamente obsceno en cómo se ha convertido la tragedia de Gaza en un escaparate para egos con complejo de salvador. Cada año, una nueva “flotilla solidaria” zarpa al Mediterráneo como si fuera un reality humanitario: barcos oxidados, banderas de ONG, cámaras listas, influencers con el móvil bien cargado y el discurso preparado para subir su story antes de que los detengan.
El sufrimiento palestino, que debería ser sagrado, se ha vuelto material de marca personal. Da likes, da notoriedad, da entrevistas. Es el nuevo decorado del activismo de escaparate. Gente que no distingue un mapa de Oriente Medio, pero que no duda en posar con el puño en alto en cubierta, mientras un fotógrafo les capta en el ángulo justo para el titular: “Activista española detenida por la paz”.
Y claro, luego llegan las detenciones, los empujones, los soldados apuntando con fusiles, y el drama se completa. Historias que parecen escritas por un community manager celestial: sufrimiento, épica, redención y trending topic. Pero, ¿y Gaza? Gaza sigue igual. Los niños siguen muriendo, los hospitales sin luz, las casas hechas polvo. Ningún selfie ha parado una bomba.
El problema no es la causa porque la causa es justa, joder, más que justa. El problema es el circo que la rodea. El activismo convertido en espectáculo, en performance, en pasarela moral donde el foco importa más que el fondo. Porque si no lo grabas, si no lo subes, si no haces el directo, parece que no has ayudado. El ego ha reemplazado a la empatía.
Muchos de esos activistas parecen más interesados en protagonizar el relato que en cambiarlo. El martirio vende. Las lágrimas, el arresto, la celda: todo material para el siguiente hilo viral o el documental de Netflix que vendrá después. Hay quien viaja a Gaza buscando paz, y quien viaja buscando posteridad.
Y lo jodido es que, en el camino, desvirtúan la causa. Le quitan dignidad a quienes sí viven la guerra de verdad, a los que no pueden volver a casa ni borrarlo con un filtro. La guerra no necesita influencers, necesita humanidad. Pero claro, eso no da visualizaciones.
La Flotilla de Gaza se ha convertido en puro postureo con olor a tragedia. Un escenario donde los que más gritan suelen ser los que menos entienden. Y mientras los focos apuntan a los barcos y a sus mártires voluntarios, el verdadero horror, el que ocurre cada noche bajo los drones, sigue fuera de plano.