Hay mañanas en las que te levantas, miras la puta alarma y dices: “¡Mierda, debe ser Mercurio retrógrado otra vez!” Que sí, que seguramente llegas tarde porque anoche no le pediste a Alexa que te despertara un poco antes, pero no hay nada como echarle la culpa al cosmos para sentirte un poco menos gilipollas. Y esa es la magia del horóscopo: sacarnos de la cama con la esperanza (o la excusa) de que el Universo tiene un plan perfecto, aunque a veces parezca que nos odia.
Cada signo tiene su fama de desgraciado o de cabrón con estilazo. Que si Aries es explosivo como un petardo en un cubo de pintura, que si Escorpio es un manipulador digno de una telenovela turca, que si Géminis es bipolar… Y así nos pasamos el día, culpando al signo de nuestros arranques de mal humor, en vez de admitir que igual somos un poco imbéciles de nacimiento. Total, siempre resulta más cómodo decir: “Lo siento, soy Leo y mi ego no cabe en el puto ascensor”.
Si hay un villano recurrente en este circo astral, ese es Mercurio y su manía de ponerse “retrógrado”. Una vez que esto pasa, prepárate: tu móvil se te quedará sin datos cuando más los necesites, la impresora se tragará el papel, tu jefe te echará la bronca por cualquier chorrada… y tú, en vez de asumirlo con un “estoy meando fuera del tiesto”, gritarás “¡Maldito Mercurio retrógrado!” a los cuatro vientos. Y todos tan felices, porque echar pestes al cielo siempre es más fácil que arreglar tus propios líos.
¿Quieres un amuleto para que tu casa no se convierta en zona de guerra cada vez que discutes con tu pareja? Compra esta piedra lunar con forma de riñón a precio de oro. ¿Buscas prosperidad? Apúntate a un taller online para “activar tu chacra de la abundancia” cuando la Luna entre en Capricornio. Así funciona este circo: todo el mundo quiere su tajada. Las redes están llenas de gurús que prometen cambiar tu destino por 50 euros la hora (o 100, si quieren echarte las cartas con “energía premium”). ¡Venga, coño, que esto no es magia, es negocio!
Te metes en un foro de internet y ves a un Sagitario llamando “cursi” a un Piscis, mientras un Aries mete cizaña: “¡Seréis todos unos blandengues hasta que os venga a partir la cara!” Y al final, la culpa recae en la pobre constelación de turno, que ni se enteró de la pelea. Porque si de algo saben los fans del horóscopo es de discutir, soltar pullas y armar bronca: “Tú no entiendes, soy Escorpio, puedo leer tu mente”. Tranquilo, colega, que a veces no hace falta ser adivino para saber que estás deseando soltar un tortazo.
Admitámoslo: a todos nos hace gracia asomarnos al horóscopo para ver un “se acercan mejoras” o “te sonreirá la suerte” nos anima y da un soplo de aire fresco en momentos de estrés o incertidumbre o si ese dinero que tanto necesitamos caerá del cielo. Es como apostar a lo loco en la ruleta esperando que salga tu número. Y, al final, aunque te jures escéptico, siempre hay una vocecita que te susurra: “¿Y si esta vez sí acierta?” Así que, entre la fe ciega y las carcajadas, el horóscopo sigue ahí, día tras día, recordándonos que la vida es un caos tan grande que incluso culpar a un planeta cabrón nos hace sentir un poco menos solos.
En definitiva, los horóscopos molan porque nos dan un rinconcito de fantasía (y de hostias existenciales) en medio de la mierda cotidiana. ¿Que la luna en Aries te dice que vas a tener un día de perros? Bueno, mejor abrazarlo con humor y, si es necesario, soltar un par de palabrotas para liberar tensión. Total, siempre puedes decir que los astros te obligaron. ¡Salud por nuestras pequeñas desgracias estelares y que, al menos, nos arranquen unas cuantas risas!