No escribo esto por compromiso ni por peloteo. Lo escribo porque hacía falta decirlo. Porque a veces la gente que más inspira es la que menos ruido hace, la que no pide reconocimiento, la que simplemente hace las cosas bien, día tras día, sin esperar nada a cambio. Y Juancar es exactamente eso.
Lo escribo porque me sale de los cojones. Porque me da rabia ver tanto postureo barato, tanta motivación de PowerPoint, tanta gente hablando de esfuerzo mientras este tío lo demuestra sin abrir la boca. Juancar no vende humo: suda realidad. No presume, no posa, no necesita filtros. Y aunque parte de todo esto ya se lo he dicho en varias ocasiones, quiero que quede aquí escrito…
Hay personas a las que admiro y luego está Juancar. Ese cabrón se ha ganado mi más profundo respeto ya no solo en el tatami, sino en la vida. Porque no hay un solo día que no se levante, entrene, trabaje, cuide de su hija y aún le quede fuerza para seguir sonriendo. Lo veo y pienso: yo no puedo ser como él. No tengo su disciplina, ni su constancia, ni esa capacidad sobrehumana de seguir cuando todo pesa. Pero me basta con tenerlo cerca.
Juancar no habla de motivación, la encarna. No sube vídeos, no cita frases de mierda, no se graba haciendo flexiones. Él actúa. Callado, centrado, como si el mundo entero fuera ruido. Mientras la mayoría necesitamos palmaditas para no rendirnos, él solo necesita un objetivo. Y lo persigue hasta conseguirlo. Juancar no se rinde. Nunca.
Yo, sinceramente, no tengo esa fuerza. A veces me rompo, me quejo, me agobio, y pienso en tirar la toalla. Pero entonces lo veo a él, entrenando después de currar diez horas, levantándose tras cada hostia, aguantando el cansancio y las lesiones, y me callo la boca. Porque si Juancar puede, yo no tengo derecho a rendirme.
Mientras otros buscamos excusas, él busca medallas. Y las encuentra, joder. Y yo… ¡cómo me alegro con cada una de ellas!. Me alegro porque es mi amigo y porque le he visto llorar cuando no le han salido las cosas.
Su secreto no es la suerte ni el talento divino. Es la constancia, la disciplina y esos cojones que le cuelgan como dos relojes suizos marcando el ritmo del sacrificio. Es de los que entienden que el judo no es solo técnica, sino cabeza, orgullo y resistencia mental. Que cuando el cuerpo dice “basta”, él responde “seguimos”.
Tenerle cerca es un recordatorio constante de que el camino jodido es el que vale la pena. Tenerle cerca te hace mejor persona.
Juancar representa lo que debería ser cualquier judoka de verdad: respeto, trabajo y una ambición que asusta. Porque no compite solo con los demás; compite consigo mismo. Y eso es lo que le hace grande. Por eso lo admiro. Porque cada vez que lo veo entrar al tatami, me acuerdo de por qué este deporte engancha: por tíos como él.
Así que sí, Juancar, esta entrada de mi blog es para ti. Por tus cojones, por tu perseverancia, por tus medallas y por ese fuego que llevas dentro. Eres el puto ejemplo de lo que pasa cuando la disciplina se junta con el hambre de mejorar. Y si algún día te cansas, que lo dudo, que sepas que ya has dejado huella. En el tatami… y en todos los que te hemos visto pelear por lo que te gusta. Te lo digo claro, una vez más: te admiro como a pocos.