Mira, si nunca has tenido un galgo, no sabes lo que es vivir con un jodido dios egipcio en tu salón. Estos bichos no son perros, son alienígenas disfrazados de cánidos. Largos como un lunes sin café, rápidos como un marrón en el curro y más elegantes que tú con traje. Y sí, antes de que alguien venga con la cantinela: “Es que están muy delgados”. Cállate. No es que estén delgados, es que son máquinas de velocidad pura, diseñadas para correr más que tus ganas de madrugar.
Los galgos son la mezcla perfecta entre un depredador milenario y un yonqui de sofá. En la calle, parecen misiles teledirigidos a base de patas y nervios, pero en casa… hermano, en casa se convierten en una maldita bufanda viviente. Se enrollan en el sofá como si fueran los dueños del puto mundo, con esas patas larguísimas y ese hocico infinito que parece diseñado por un arquitecto con ganas de joder el equilibrio de la naturaleza.
Si eres de los que se creen rápidos, adopta un galgo y verás cómo se te baja la tontería en dos segundos. Le sueltas en el parque y, antes de que termines de decir “cuidado con la carretera”, ya está en la siguiente comunidad autónoma. Y lo peor es que cuando vuelve, lo hace con cara de: «¿Eso era todo? Putos humanos lentorros.”
Pero claro, la velocidad tiene su lado oscuro. Cuando un galgo corre, va tan jodidamente rápido que a veces olvida frenar. El concepto de «detenerse con suavidad» no está en su diccionario. Si decides pasear con uno, prepárate para convertirte en un barril de entrenamiento de rugby cuando vea un pájaro o, peor aún, una bolsa de plástico moviéndose con el viento.
Parece mentira, pero estos perros, que vienen de historias de mierda, maltrato y abandono en muchos casos, tienen el instinto natural de la aristocracia. En cuanto les das una manta caliente y un sofá, desarrollan un gusto por el lujo que haría sonrojar a cualquier millonario. Olvídate de que se tumbe en el suelo como un perro normal, no, no, no… tu galgo buscará la superficie más mullida, más cálida y más cara de tu casa para estirarse con esa pose de «yo aquí soy la puta realeza”.
Y ojo, que aunque los veas tan elegantes y sofisticados, no se les cae la dignidad cuando hay comida de por medio. Deja una pizza sin vigilar y descubrirás cómo un ser de un metro de largo puede materializarse en la mesa sin hacer ruido. Son el puto ninja de la gastronomía.
Mira, si alguna vez has pensado en adoptar un perro, hazte un favor y que sea un galgo. No solo estarás salvando a un animal con más historia que tú y toda tu familia junta, sino que además te llevarás a casa un colega que va a revolucionar tu existencia.
Eso sí, prepárate para perder el sofá, correr como un idiota en el parque y explicar mil veces que no, no está desnutrido, simplemente es una máquina de velocidad que nos tolera a los humanos por el simple hecho de que le damos comida y caricias.
Y si no te convence lo que te digo… mira a uno a los ojos. Esa mirada profunda que mezcla inteligencia, cansancio existencial y la sensación de que ha visto cosas que tú nunca entenderás. Ahí es cuando lo sabrás: el puto galgo es el animal definitivo.