En defensa de la pegatina de fruta en la frente (o por qué no todo tiene que tener sentido)

En un mundo donde todo tiene que tener sentido, utilidad y una factura detrás, hay gestos que se convierten en pequeños actos de resistencia. Uno de ellos, modesto, brillante, y gloriosamente idiota, es pegarse la pegatina de la fruta en la frente. Generalmente es de manzana o de mandarina. Éstas últimas las campeonas indiscutibles del etiquetado frutal, aunque de vez en cuando aparece alguna exótica de aguacate, que es como el unicornio de las pegatinas: raro, elegante y completamente innecesario.

Pero volvamos a lo básico. Ahí estás tú, en tu cocina, pelando la mandarina como si no pasara nada… Ves esa pegatina diminuta con su número misterioso y su aire corporativo. Podrías ignorarla. Podrías tirarla a la basura como una persona funcional. Pero no. De repente, zas, pegatina en la frente. Como si fuera lo más natural del mundo. ¡Porque lo es!

No hace falta explicación. Todo el mundo sabe qué está pasando. Es el lenguaje universal del “hoy no quiero ser adulto”. Es humor involuntario. Es comunión ancestral con la tontería colectiva.

¿Alguien se lo enseñó a alguien? No. ¿Lo inventó alguna campaña publicitaria? Tampoco. ¿Es útil? En absoluto. ¿Y eso qué importa?

Pegar esa pegatina en la frente es un código. Una señal. Un mensaje oculto que dice: “Hoy me importa todo un poco menos.” Y eso, amigo lector, en los tiempos que corren, es un acto de rebeldía necesario.

Así que sí, desde mi puto blog digo que basta de tanta seriedad. Reivindicamos la pegatina de fruta en la frente como símbolo de rebeldía dulce, de humor sin filtros, de juego sin razón. Porque en la vida, a veces, lo mejor que uno puede hacer es una idiotez sin consecuencias.

¡Larga vida a la pegatina de fruta en la frente bien puesta y una sonrisa de quien sabe que en la vida, a veces, ser idiota es lo más sensato!