Todos hemos vivido la misma tragedia. Te metes en la cama, te arropas, buscas la postura perfecta y justo cuando empiezas a cerrar los ojos… bzzzzzzzzzz. El cabrón ha llegado. No sabes cómo, pero ahí está, flotando en la oscuridad con un único objetivo: convertir tu noche en una auténtica tortura psicológica.
Intentas ignorarlo. “No pasa nada, en cuanto me duerma, ni lo notaré”, te dices a ti mismo, como un ingenuo. Pero no, el muy hijo de puta lo sabe. No te va a picar enseguida. Primero juega contigo, te deja escuchar su zumbido infernal para que entres en modo paranoia total. No puedes verlo, pero sabes que está ahí, acechando.
Y entonces empieza el ritual. Das manotazos al aire como un idiota, enciendes la luz de un golpe y te quedas mirando alrededor con ojos desquiciados. Nada. El cabrón ha desaparecido. Como si tuviera poderes ninja. Te quedas sentado, con la mirada perdida, esperando que aparezca… pero no. Porque es más listo que tú.
Apagas la luz, intentas calmarte y bzzzzzzzzzz. ¡ME CAGO EN DIOS! Saltas de la cama, prendes la luz otra vez y ahora sí, te tomas en serio la caza. Esto ya no es una molestia, es una guerra. Agarras una almohada, un zapato, una revista, lo que sea, y empiezas a perseguirlo. Lo ves en la pared, te preparas, apuntas… ¡PUM! Le fallaste. Se ha ido. Está jugando contigo, cabrón.
Te acuestas otra vez, derrotado. Ya no te importa el picor, la hinchazón, ni tu sangre. Solo quieres dormir. Cierras los ojos, y por un momento parece que lo logras. Pero entonces, el golpe final. De repente, una picadura en el brazo, otra en la pierna. Ese hijo de puta se ha estado alimentando de ti como si fueras un buffet libre. Y ahora sí, has perdido la batalla. Te rindes, te tapas hasta la cabeza y aceptas tu destino.
Al día siguiente te despiertas con el cuerpo lleno de ronchas, mal dormido y con cara de zombie. Y ahí, en la pared, justo enfrente de ti, el cadáver del mosquito, hinchado de tu sangre, pegado contra el yeso como un trofeo de guerra. Un recuerdo de la masacre de anoche.
Pero no te confíes, porque sabes que esta historia se repetirá. Siempre hay otro hijo de puta esperando su turno.