No importa la edad, el país o el puto menú que lleves: el picnic del de al lado siempre parece mejor. Siempre. Es una ley universal, como la gravedad o que Mercadona saque hummus nuevo cada tres meses. Da igual si eres un crío en excursión escolar o un adulto en modo vacaciones zen: lo tuyo nunca brilla como lo de los demás.
Cuando eras pequeño, tu madre se curraba el picnic con todo el amor del mundo. Bocata de chorizo envuelto en papel de aluminio, zumito Don Simón, algo de fruta y, si había suerte, un Bollycao. Tú flipabas. Era tu comida especial. Hasta que llegabas al bus y el cabrón de tu compañero sacaba una fiambrera de tres pisos con macarrones, salchichas y natillas con galleta. Tú mirabas lo tuyo como si fuese la cesta de castigo de MasterChef. A tomar por culo el bocadillo de chorizo. Tú querías lo suyo, y punto.
Y no mejora con los años.
Ya de adulto, tú te curras un picnic digno de influencer vegano: fruta cortada, ensalada de quinoa, wrap de hummus con zanahoria rallada y agua con rodajas de pepino, porque tú ahora vas de saludable. Te montas tu rinconcito en la playa o en el monte, te pones la toalla con estética Pinterest y dices: «Esto es vida.»
Hasta que miras a tu derecha.
Y ahí están. Una familia numerosa con tres sombrillas, mesa plegable, cubiertos de verdad y una paellera. ¡UNA PAELLERA! Y tú con tu tupper de kale y cara de gilipollas. Sacan gazpacho casero, tortilla con pimientos, ensalada de garbanzos, melón fresquito y vino en copas de cristal ¿pero esta gente viene de camping o de boda?.
Te sientes pequeño. Pequeño y ridículo. Como si tu picnic fuese el menú infantil de un bar de carretera.
Lo peor es que no importa lo que lleves: aunque tú fueras el del gazpacho, verías a otro sacando sushi casero o pan de masa madre con aceite trufado, y pensarías: «Joder, qué nivelón…» Porque el picnic de los demás siempre genera envidia. Aunque lleves oro, tú ves brillar más el de al lado.
¿Solución? Ninguna. Asúmelo. Llevamos el gen de la comparación activado desde la puta infancia. Lo importante no es lo que comas, sino con qué cara lo miras tú… y los otros. Porque mientras tú envidias la paella del tío de la sombrilla, él está mirando tu puto wrap con hummus y pensando: «Mira qué sanote, ese sí que sabe cuidarse…»
Así que mastica lo tuyo con orgullo, súbete las gafas de sol como quien mira por encima del mundo y suéltale una sonrisa condescendiente al universo. Porque aunque el picnic del de al lado parezca salido de una revista gourmet, el tuyo lleva tu nombre, tus ganas, y, con un poco de suerte, un trozo del mítico «Brownie de puta» que hace mi amiga Malin, llamado así porque dentro lleva de todo y te deja tieso de gusto. Y eso, colega, no lo iguala ni una paella con vistas.