Estás caminando tranquilamente, disfrutando de tu día, cuando de repente aparecen ellos. En grupos o en solitario, con su ropa impoluta, su sonrisa de iluminado y, lo más inquietante de todo, una Biblia en la mano. No fallan. Siempre están ahí, en plazas, esquinas y parques, listos para lanzarte su retahíla de mensajes divinos como si fueras un pecador al borde de la condenación. Y aquí viene la pregunta: ¿quiénes son realmente y qué cojones quieren?
A simple vista, parecen gente normal. Pero no te dejes engañar. Hay algo en su mirada, en su forma de acercarse a ti, que despierta un sexto sentido de alerta. No es un encuentro casual, es una emboscada religiosa. Porque tú puedes estar en tu mundo, con tu café, tu móvil, tu paseo tranquilo… pero para ellos, eres una oveja descarriada que necesita volver al redil.
El modus operandi es siempre el mismo. Primero, una sonrisa amable. Luego, un saludo educado. “Hola, ¿tienes un minuto para hablar sobre el Reino de Dios?” Y ahí es donde empieza la caza. Porque si cometes el error de responder, aunque sea con un simple “no, gracias”, ya estás en su radar. No te van a soltar fácilmente.
Lo curioso es que siempre aparecen en sitios estratégicos. Parques, estaciones de tren, zonas comerciales… Nunca en un polígono industrial a las tres de la mañana. No, ahí Dios no tiene jurisdicción, al parecer. Suelen operar en horas punta, cuando la presa está distraída, cansada y vulnerable. Son los francotiradores del evangelio, y si te descuidas, te van a soltar un panfleto antes de que te des cuenta.
Lo más inquietante es que no todos llevan Biblias visibles. Algunos las esconden, esperando el momento adecuado para sacarlas como si fueran armas de conversión masiva. Porque sí, su objetivo no es informarte, es reclutarte. No quieren que sepas, quieren que creas. Y si intentas escapar con la típica excusa de “tengo prisa”, te responderán con un “Dios siempre tiene tiempo para ti”. Ahí es cuando sabes que la trampa está cerrada.
Y ojo, que no estamos diciendo que la fe sea mala ni que leer la Biblia sea peligroso. El misterio aquí es su insistencia enfermiza, su forma de moverse en grupo, su habilidad para detectar a la gente más despistada y su eterna resistencia a aceptar un “NO” como respuesta. ¿Qué les motiva? ¿Por qué sienten la necesidad de salvar a desconocidos en plena vía pública? ¿Acaso hay una cuota de almas que deben alcanzar cada mes?
Así que, la próxima vez que veas a alguien con una Biblia en la mano mirándote con esa sonrisa demasiado amable, piénsatelo dos veces antes de hacer contacto visual. Porque una vez que entras en su radar, escapar es casi imposible.