El incómodo duelo del “pasa tú”

Todos hemos estado ahí. Caminas con decisión, llegas a una puerta, un pasillo estrecho o cualquier punto de paso conflictivo, y justo en ese momento, coincides con alguien en la entrada. En un mundo ideal, uno de los dos pasaría sin más, pero no, eso no es lo que ocurre. Lo que ocurre es un jodido enfrentamiento silencioso, un duelo de amabilidad forzada donde nadie sabe qué hacer.

Primero llega el clásico movimiento de frenada en seco. Ambos os quedáis clavados en el sitio, mirándoos con una sonrisa incómoda, porque ninguno quiere parecer un borde, pero tampoco queréis estar ahí toda la puta tarde. Entonces empieza el baile.

—Pasa tú.

—No, no, pasa tú.

—Bueno, si insistes…

Pero el problema es que nadie se mueve. Los dos habéis dicho lo mismo, y seguís ahí, parados, esperando a que el otro haga algo.

Aquí es cuando entran los primeros intentos de avance. Uno da un paso en falso, el otro también, y BOOM, los dos intentan pasar a la vez. Resultado: un amago de choque que solo hace que la situación se vuelva más absurda.

Después llega la fase de la gesticulación exagerada. Ya que las palabras no han servido, se empieza a recurrir a las señales de tráfico humanas. Uno levanta la mano como si estuviera dirigiendo el tráfico. El otro intenta hacer un movimiento de retroceso, pero sin parecer demasiado servil. La puta etiqueta social nos ha metido en una situación donde ser educado se ha convertido en un obstáculo para la movilidad humana.

Si la cosa se alarga más de lo normal, ambos entráis en el punto de no retorno de la incomodidad. Ya no es solo cuestión de quién pasa primero, es cuestión de dignidad. Y en ese momento, uno de los dos decide que hay que romper el bucle temporal de la estupidez.

—Bueno, pues paso yo.

Pero lo dice con culpa, como si acabara de cometer un crimen. Y cuando pasa, lo hace rápido, como un ninja, para que no parezca que ha ganado el duelo de amabilidad.

El otro, mientras tanto, se queda con la sonrisa boba de “bueno, al menos lo intenté” y sigue su camino, sabiendo que ha perdido unos segundos de su vida en una batalla absurda que, sin saberlo, se repetirá muchas más veces.

Porque esto no se queda solo en las puertas. También pasa en escaleras, pasillos estrechos, entradas de ascensores y hasta en los putos pasos de cebra. Es un fenómeno inevitable, un ritual social del que nadie escapa.

Así que la próxima vez que coincidas con alguien en una puerta y empiece el puto espectáculo del “pasa tú”, ten huevos y pasa el primero. Porque si no, estaréis ahí hasta el fin de los tiempos.