Vamos a quitarnos la careta desde el primer párrafo: el fútbol femenino no está al nivel del masculino. Y no pasa absolutamente nada. Es así. Es un hecho. No hace falta insultar, ni menospreciar, ni ponerse el lacito feminista. Solo hace falta usar el puto sentido común. Que a veces brilla por su ausencia, por cierto.
Compararlos como si fueran lo mismo es una trampa. Es como poner a competir un Fórmula 1 con un coche eléctrico de ciudad. Sí, los dos tienen ruedas, motor y volante… pero no es lo mismo. Lo mismo con el fútbol: el masculino lleva más de 100 años profesionalizado, con estructuras multimillonarias, canteras ultra competitivas y una presión mediática asfixiante. El femenino, hasta hace dos días, era amateur y con suerte, les daban una botella de agua al acabar el partido.
¿Quiere decir eso que el fútbol femenino no vale la pena? Ni de coña. Tiene su valor, su mérito, su espacio y su futuro. Pero joder, pongámonos serios: no vamos a ver a una jugadora hacer un cambio de ritmo como Mbappé o pegar un zurriagazo como Haaland. Porque biológicamente no hay la misma fuerza, ni velocidad, ni explosividad. No es machismo, es fisiología. ¿Molesta? Pues qué le vamos a hacer. La realidad no es ofensiva, es simplemente la realidad.
Y aquí viene una cosa que ya huele: dejad de usar el fútbol femenino como arma de género arrojadiza. Porque es lo que se ha hecho últimamente. Si criticas un mal pase, eres un machista. Si dices que el ritmo es lento, te acusan de odio. Si no lo ves, es que no apoyas la igualdad. Mira, no. Ni todo lo femenino es sagrado ni toda crítica es misoginia. Hay jugadoras muy buenas, y también partidos infumables. Igual que en el fútbol masculino. Pero usarlo como bastón ideológico solo jode más de lo que ayuda. Porque entonces no se habla de fútbol, se habla de política. Y la peña desconecta.
Lo que no tiene ningún puto sentido es exigir que tenga las mismas audiencias, los mismos sueldos, los mismos focos… sin que haya el mismo interés. El interés no se impone por decreto. Si la gente no lo ve tanto es porque, a día de hoy, es menos espectacular. Punto. Es más lento, hay más errores técnicos y la intensidad no es la misma. Lo dice cualquiera que haya visto fútbol toda su vida. Y lo dice con respeto, no con desprecio.
Ahora bien: el fútbol femenino tiene todo el derecho del mundo a seguir creciendo, profesionalizándose, mejorando condiciones y generando afición. Eso sí: a su ritmo y por méritos propios, no a base de comparaciones forzadas ni campañas que rozan lo ridículo. Porque si lo tratas como un producto aparte, diferente, genuino, puede gustar y enganchar a mucha gente. Pero si lo vendes como “el mismo fútbol” cuando no lo es, lo único que consigues es frustración y rechazo.
La solución no es inventarse que es igual. Es decir la verdad sin mala hostia: no es igual, y no pasa nada. Que las jugadoras cobren más, que tengan medios, que se les respete. Pero que no les metan el marrón de ser “como los chicos” cuando ni pueden ni deben serlo.
El fútbol femenino tiene potencial. Tiene entrega. Tiene afición. Pero si de verdad queremos que avance, lo primero es dejar de compararlo con el masculino como si fueran lo mismo. No lo son. Y por eso, precisamente, merece su espacio propio. Sin complejos. Sin postureo. Sin cuentos.