Cuando tienes que pisar lo fregado y la señora de la limpieza te mira como si hubieras matado a su perro

Hay momentos en la vida en los que simplemente sabes que vas a ser juzgado. Entrar a una tienda sin comprar nada, salir del baño de un bar sin haber consumido… y pisar el suelo recién fregado cuando la señora de la limpieza sigue ahí con la fregona en la mano.

No importa cuánto lo intentes evitar. Siempre ocurre en el peor momento. Tú bajas con prisa, con la mente en otra cosa, y en cuanto pones un pie en el portal ves ese brillo sospechoso en el suelo. Acaba de ser fregado. Y justo ahí, en la esquina, está la señora de la limpieza, mirándote con cara de “ni se te ocurra, hijo de puta”.

Te quedas congelado. Sabes que no hay escapatoria. O pisas y sufres la mirada de odio absoluto, o das media vuelta y te quedas atrapado en el portal como un pringado esperando a que el suelo se seque. Decides avanzar. Intentas ir con cuidado, pisar lo menos posible, incluso te pones de puntillas como si eso hiciera alguna diferencia. Pero da igual.

—¡¡¡ACABO DE FREGAR!!!

La frase que lo sentencia todo. La condena que te convierte, automáticamente, en el mayor criminal del día. La señora de la limpieza no perdona, no olvida, y su mirada te dice que tu existencia ha arruinado por completo su trabajo.

Intentas excusarte. “Lo siento, voy con cuidado”, dices con voz sumisa. Pero es inútil. Para ella, ya eres escoria. Un destructor de suelos mojados, un enemigo del brillo y la pulcritud.

Y lo peor es que nunca sabes cuál es el protocolo correcto en esta situación. ¿Esperas en la puerta? ¿Le preguntas cuánto falta? ¿Saltas como si fueras un puto ninja? No hay respuesta buena. Porque si preguntas, te mira con desprecio. Si esperas, te ignora para hacerte sentir incómodo. Y si intentas saltar, resbalas y te matas.

Pero lo más jodido es que ella también lo sabe. Porque esto no es un error, es una emboscada. Ha fregado justo en el momento exacto en el que la gente sale de casa, cuando es imposible evitarlo. Es una trampa premeditada para medir tu nivel de sufrimiento.

Cuando por fin sales del portal, te llevas su mirada perforándote la nuca. Sabes que mañana, cuando bajes otra vez, seguirá recordando lo que hiciste. Porque si hay algo que la señora de la limpieza nunca olvida, es al cabrón que pisó lo fregado.