Ya no sabes si levantarte o no. Vas sentado en el metro, ves entrar a una mujer, cargada, o simplemente con cara de estar buscando un hueco para sentarse y tu cabeza te dice que le cedas el sitio. Pero entonces aparece el demonio contemporáneo: el miedo a parecer “antiguo”, “paternalista”, “machista” o qué sé yo.
Nos han metido tanto en la cabeza el discurso de “no necesito que nadie me ayude, gracias” que muchos van por la vida mordiéndose la educación para no ofender a nadie. Porque sí, en esta época de hipersensibilidad y egos de cristal, hay quien cree que ceder el asiento es una microagresión. Que lo haces porque ves a la otra persona débil. Que “yo no te he pedido nada”. Que “qué te crees, que no puedo con mi vida yo sola”. Hemos llegado a un punto que hasta para ser educados hay que tener cojones.
Y oye, a lo mejor no te lo ha pedido, pero tampoco te ha escupido en la cara. Es un gesto. Un acto de civismo. No es una lección de poder ni una declaración de guerra entre sexos. Es simplemente ver a alguien que parece que lo agradecería, y levantar tu culo del asiento porque te da la puta gana. Eso es respeto. Eso es humanidad. Y eso, colegas, no tiene género.
La educación no debería darnos miedo. Lo que debería darnos vergüenza es vivir aterrados por si alguien malinterpreta un gesto noble. Porque claro, hemos pasado de la galantería al pánico social, del detalle al juicio sumarísimo en redes. Ahora cedes el asiento y piensas: “A ver si me va a decir algo, a ver si se ofende, a ver si me graban y me cancelan por caballeroso.”
Pues no, hombre. Basta ya. No vamos a dejar de ser personas educadas y caballerosas por culpa de cuatro imbéciles. Si ves a una mujer, o a un hombre, o a quien sea, y tú estás en condiciones de ayudar, te levantas y punto. Que no quieres hacerlo por ella, hazlo por ti. Por demostrar que hay quien todavía se comporta como un ser humano con dos dedos de frente.
Y si alguien te suelta una bordería, sonríes y respondes:
—“No es por pensar que no puedes. Es por educación. Y si te molesta, tranquila, me vuelvo a sentar sin problema.”
Y ahí lo dejas, en alto y con un gesto que vale más que mil discursos que solo buscan la confrontación entre personas.
Así que no, no dejes de ceder el asiento por miedo. Hazlo porque te sale de los cojones, porque eres una persona educada y porque el día que dejemos de hacer pequeños gestos por culpa del qué dirán, habremos perdido. Que no te quiten las ganas de hacer lo correcto porque a día de hoy, es lo más antisistema que puedes hacer.