Vivimos en la era dorada del humo. Hoy en día, mentir en el currículum se ha convertido en un deporte nacional, solo que en vez de medalla, te dan un escaño, un despacho o una silla ergonómica en alguna multinacional. Y lo mejor es que muchos lo hacen con una soltura que ya la quisiera un ilusionista de Las Vegas. Bienvenidos al circo de la “titulitis inventada”, donde lo importante no es lo que sabes, sino lo que te atreves a decir que sabes.
Porque claro, ¿quién se va a molestar en comprobar si ese máster en Harvard era de verdad o si se trataba de un curso online con subtítulos en YouTube? Si suena bien y queda bonito en LinkedIn, adelante. La clave está en que tenga nombre extranjero, preferiblemente impronunciable y largo, muy largo. «International Advanced Leadership Program in Global Political Structures» suena mucho mejor que «no he terminado ni la carrera, pero tengo cara de lista».
Hay quien diría que es culpa del sistema, de la presión por destacar, de ese síndrome del impostor que ahora resulta que no es un trastorno, sino un maldito requisito para entrar en política, en empresas o en cualquier chiringuito que tenga un logo decente. Pero no nos engañemos: aquí hay mucho listo con más cara que espalda que se ha subido al tren del “me invento el CV y si cuela, cuela”.
Y lo peor no es que mientan. Lo peor es que, cuando los pillan, encima se ofenden. Te sueltan discursos sobre el acoso mediático, la caza de brujas o el machismo, como si el problema fuera que los medios lo han contado y no que tú te has sacado el máster del sobaco. La polla.
¿Dónde quedó aquello de ganarse las cosas currando? ¿De ir a clase, estudiar, cagarla en algún examen y repetirla sin montar un drama? No. Ahora es todo «finge hasta que cuele», y a la mierda la honestidad. Lo jodido es que mientras unos se matan a estudiar, otros se montan su película de Netflix y acaban dando lecciones de ética en prime time.
Así que ya sabes: si estás buscando trabajo, olvídate del esfuerzo. Lo que necesitas es un Word, algo de imaginación y cero escrúpulos. Total, si lo haces bien, igual hasta estás todos los días en televisión. Y si te pillan… pues lo niegas tres veces, como San Pedro, y listo. Este país siempre ha tenido debilidad por los sinvergüenzas con estilo.