Peter Pan y el arte de no madurar (o por qué Garfio tenía razón y la hija de mi amigo también)

El otro día un muy buen amigo me suelta que su hija está obsesionada con la peli de Peter Pan. Y claro, me sale la sonrisilla tonta porque a mí también me flipa. Hasta ahí, todo normal. Pero lo que me dejó loco fue cuando me confesó que su personaje favorito no era Peter. No, no, no. Era el Capitán Garfio. Y ojo, que aparte de tener buen gusto para los dibujos animados, la niña es lista como el hambre. Así que me hizo pensar: ¿y si, en realidad, la niña ha pillado lo que muchos adultos aún no ven?

Yo también soy fan de Peter Pan, que conste. Me flipa tanto que me lo tatué como recordatorio de que no hay que dejar de soñar, ni de jugar, ni de escapar cuando la vida se pone en modo lunes eterno. Pero con los años, uno afina el ojo. No es tan simple como “ay, qué mono, no quiere crecer”. No, no, no. La historia tiene mucha más tela.

Peter Pan es un icono, sí, pero también es un cabrón en mallas. El líder de una comuna de niños con déficit de atención en una isla en la que están todo el día sin hacer nada y pasándoselo de puta madre como en una rave. Vamos, el sueño de cualquier adolescente. ¿Y qué hace Peter allí? Jugar, volar, reírse del pobre Garfio y vivir en su pompa de eterno niño emperador. A ver, que sí, que todos hemos querido volar, tener una amiga celosa con alas que la puedas meter en el bolsillo si te da mucho el coñazo y tirarle la caña a una pelirroja peliculera. Pero cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que Peter Pan es, en realidad, un narcisista con complejo de superioridad y miedo atroz a que le crezcan los huevos.

Y entonces está él. El otro. El que todos odiábamos de pequeños y ahora entendemos más que nunca: el Capitán Garfio. Ese señor elegante, traumatizado, con cara de “ya no puedo más con este niño volador tocándome los cojones cada día”. Garfio no era el malo. Era un hombre con mucha ansiedad, mucho estilo, y un cocodrilo queriéndole comer todo el puto día. Y aún así, mantenía a flote un barco lleno de piratas inútiles sin convenio colectivo. Eso es gestión, eso es liderazgo.

Esa niña lo ha visto claro. Garfio no es el malo. Garfio es el adulto cansado, que intenta mantener la dignidad en medio de un caos con hadas drogadas de azúcar y niños con espadas de madera creyéndose héroes. Es el tipo que te dice verdades incómodas y que, si le dejas hablar sin fondo musical tenebroso, igual hasta te cae bien. Y ahora, un poco más mayor, con pelos en las orejas y dolor de espalda, me identifico más con él que con el crío en leotardos. El tatuaje me lo quedo porque hay que soñar, volar y desobedecer y me gusta recordarlo de vez en cuando. Pero también hay que saber cuándo poner cara de pocos amigos y decir: “hasta aquí hemos llegado, vete a dormir ya de una puta vez niño volador”. Y eso es mucho de Garfio. Un tío con malas pulgas y el coraje de llamarle niñato al niñato. Y eso, amigo mío, merece todo mi puto respeto.