Si hay un oficio que parece diseñado exclusivamente para quitarte dinero sin que te quede otra opción, es el de notario. No importa lo que necesites hacer: una herencia, una compra, un testamento, una firma de mierda… siempre hay un notario metiendo la mano en el bolsillo y sacándote los billetes con una elegancia burocrática que ni el mejor carterista.
Lo primero que te encuentras al entrar en una notaría es un ambiente más frío que la consulta de un proctólogo. Silencio absoluto, caras serias, una mesa gigante, un señor con gafas que parece sacado de otro siglo y una secretaria que ya ha visto a mil pringados como tú entrar con cara de resignación. Aquí no hay alegría, no hay trato cercano, solo papeles, estampillas y facturas absurdas.
El notario en sí es un espécimen extraño. No sonríe, no te da conversación, no muestra emociones humanas. Está ahí, como un funcionario de élite, con su bolígrafo de oro y su traje impoluto, esperando a que firmes un papel que podría haber redactado un mono con acceso a Word.
Pero la verdadera magia del notario está en sus tarifas. Porque da igual si el trámite que vas a hacer consiste en firmar un puto folio. La factura nunca baja de una cantidad insultante.
—Son 250 euros.
—¿Por qué?
—Porque sí.
Y no puedes discutirlo. No puedes negarte. Porque si hay algo que hace que los notarios sean los amos del universo es que no tienes alternativa. Para ciertos trámites necesitas su firma sí o sí. Es como pagar peaje en una autopista donde solo hay un camino.
El colmo es cuando, después de pagar su maldito atraco legal, el proceso sigue siendo lento y lleno de burocracia. Tú pensabas que con el pastón que cobran esto iba a ir rápido, pero no. Te hacen esperar, te mandan volver otro día, te marean con más papeles, y al final te preguntas si realmente han hecho algo más que poner su puta firma.
Y lo más ridículo es que, en plena era digital, siguen funcionando como si estuviéramos en el siglo XIX. Papeles por todas partes, sellos físicos, firmas a boli, todo envuelto en una solemnidad absurda. ¿Cómo cojones puede ser que en 2025 siga habiendo documentos que solo existen en papel y que necesitas un notario para validarlos?
Si alguna vez te has preguntado qué se siente al pagar por algo que podrías haber hecho tú mismo en dos minutos, visita un notario. Te darán el placer de ver cómo un señor trajeado te cobra una fortuna por firmar un papel que él mismo no ha leído. Y lo peor de todo es que, cuando salgas por la puerta, sabrás que tarde o temprano volverás. Porque en este país, la rancia maquinaria del notariado sigue siendo imparable.