Sacas al perro, con la idea de que sea un paseo tranquilo, disfrutar del aire fresco y dejar que la bestia haga sus necesidades en paz. Pero no. Porque en cuanto pones un pie en la calle, aparece uno de ellos. Esa gente que cree que tener perro es una invitación automática a la conversación, como si el simple hecho de compartir especie animal te convirtiera en su nuevo mejor amigo.
No importa que no los conozcas de nada, en cuanto ven que tienes perro, se sienten en la obligación de hablarte.
—¡Vaya, qué bonito! ¿Cuánto tiempo tiene?
—¿Y qué raza es?
—¡Mira, el mío también hace eso!
Y ahí estás tú, con la sonrisa forzada, asintiendo y respondiendo lo mínimo mientras por dentro solo piensas en seguir con tu vida sin necesidad de compartir tu biografía con un desconocido que ha decidido que sois colegas por tener perros.
El problema no es que te hablen, el problema es que NO PARAN. En cuanto les das una mínima respuesta, ya estás atrapado.
—¿Qué pienso le das?
—¿Le das premios cuando hace algo bien?
—Uy, el mío cuando era cachorro era terrible, pero luego…
Y así, en menos de dos minutos, te encuentras metido en un monólogo infinito sobre la historia, hábitos y personalidad de un perro que te suda los cojones.
Lo peor es cuando los perros no se caen bien. Porque ahí la conversación cambia a una especie de mediación diplomática para evitar la guerra.
—Bueno, bueno, parece que no se llevan muy bien…
—Es que el mío es un poco territorial.
—Sí, el mío a veces también tiene sus cosas.
No, señora, su perro es un cabrón y el mío no tiene ganas de aguantarlo. Pero claro, no puedes decirlo así, porque el código no escrito de los dueños de perros dicta que siempre hay que justificar el comportamiento de la mascota con excusas blandas.
Si te metes en un parque canino, la cosa se vuelve aún peor. Aquí ya no hay escapatoria. Es un club social no oficial donde te examinan en cuanto entras. Si eres nuevo, te miran como si fueras un intruso. Si ya te han visto antes, te tienen fichado y te van a preguntar cómo va la evolución de tu perro como si estuvieran siguiendo su biografía.
Lo más jodido es cuando intentas esquivar la charla, pero el otro dueño no pilla la indirecta. Te pones los auriculares, miras el móvil, das pasos en dirección opuesta… da igual. Te siguen hablando, como si su derecho a socializar estuviera por encima de tu derecho a la paz.
Y lo más absurdo es que, si no tuvieras perro, estas mismas personas jamás te hablarían. Es como si el perro fuera una especie de pase VIP para conversaciones no solicitadas. Si lo llevas, eres su colega. Si no, eres un extraño más al que jamás dirigirían la palabra.
Así que la próxima vez que salgas a pasear a tu perro y veas venir a uno de estos, hazte el loco y cambia de acera. Porque si te atrapan en una conversación, te espera un máster en piensos, vacunas y anécdotas irrelevantes que no pediste.