Hay cosas en la vida que nadie pidió y que, sin embargo, alguien decidió que necesitábamos. Y ahí están, jodiéndonos la existencia sin remedio. Un ejemplo perfecto: los putos tapones de botella que ahora vienen pegados.
Sí, esos tapones de mierda que supuestamente han sido diseñados para “proteger el medio ambiente”, pero que lo único que han conseguido es hacer que beberse una Coca-Cola se convierta en un puto calvario. ¿A quién coño se le ocurrió esta idea? Porque lo que antes era un gesto sencillo —desenroscar, beber, volver a cerrar— ahora se ha convertido en una batalla campal entre el tapón y tu dignidad.
Para empezar, nunca giran bien. Te pasas los primeros segundos intentando abrir la puta botella sin que el tapón se quede enganchado en un ángulo raro. Y cuando por fin lo consigues, ahí está, colgando de un triste hilillo de plástico como si fuera un apéndice deforme, molestando cada vez que intentas beber. Que si te roza la nariz, que si se te clava en la mejilla, que si se queda atrapado en la parte superior y te salpica… Un desastre absoluto.
Y si intentas doblarlo hacia atrás para que no moleste, ni de coña se queda en su sitio. Se retuerce, vuelve a su posición original y te golpea en la cara como un recordatorio de que los diseñadores de botellas te odian profundamente.
Lo mejor es cuando intentas beber con una sola mano. Antes era fácil: abrías, bebías, cerrabas y a otra cosa. Ahora tienes que hacer malabares para que el tapón no te fastidie la vida. O te lo tragas, o intentas sujetarlo con el labio, o directamente te rindes y derramas la mitad del líquido.
Pero el mayor insulto viene cuando decides arrancarlo para recuperar la paz en tu vida. Porque claro, te han dicho que no se puede, que está diseñado para quedarse ahí. Pero tú, que todavía conservas algo de orgullo, te resistes a ser esclavo de un trozo de plástico de mierda. Entonces tiras con fuerza y… sorpresa: el cabrón no se suelta del todo. Se rompe, pero no del todo, dejándote con un pedazo de plástico inútil que ni abre ni cierra bien.
Y lo peor es que nadie ha pedido esto. ¿Alguien iba por la vida diciendo “ojalá los tapones no se separaran de la botella”? NO. Nadie. Pero ahí están, impuestos por alguna mente enferma que pensó que mejorarían nuestra experiencia cuando lo único que han conseguido es cabrear a todo el mundo.
Así que ahora vivimos en un mundo donde beber agua de una botella es más complicado que pilotar un avión. Un mundo donde el simple placer de una bebida fría viene con la frustración de un tapón diseñado para tocarte los huevos.
Gracias, industria del plástico. Gracias por hacer nuestra vida un poquito más miserable.