El ayuno intermitente es como el nuevo crossfit de la nutrición. Todo el mundo habla de él, todo el mundo lo prueba, y si no lo haces, prepárate para que algún iluminado te lo venda como la salvación definitiva. Pero, ¿es realmente la panacea o solo otra puta moda más para que la gente se sienta superior mientras se muere de hambre hasta las 12 del mediodía?
Vamos a poner las cartas sobre la mesa. El ayuno intermitente consiste en no comer durante un periodo de tiempo y luego inflarte en una ventana específica. No es magia, no es un truco biohacker de millonarios, es simplemente comer menos tiempo. Punto. Y sí, funciona, pero no porque tenga superpoderes ocultos, sino porque es una forma disfrazada de meter menos comida en el cuerpo sin contar calorías como un neurótico.
¿Por qué cojones funciona?
Primero, porque al restringir el tiempo en el que puedes comer, es más difícil que te atiborres de mierda a todas horas. Si tu ventana de alimentación es de 8 horas, es probable que comas menos que si estás engullendo desde el desayuno hasta la cena como si no hubiera un mañana.
Segundo, el ayuno intermitente hace maravillas con la insulina. Cuando pasas varias horas sin comida, tu cuerpo deja de estar en modo almacenamiento y empieza a tirar de reservas, es decir, grasa. Y si te pasas el día comiendo como un jabalí, tu insulina nunca baja y terminas acumulando más michelines que un muñeco de nieve.
Tercero, la autofagia, una palabra que los gurús del ayuno usan como si fueran científicos de la NASA. Básicamente, es un proceso donde tu cuerpo recicla células viejas y se limpia de porquería. Suena bien, y hay estudios que lo respaldan, pero tampoco esperes convertirte en un semidiós inmortal por saltarte el desayuno.
¿Cómo empezar con el ayuno intermitente?
Si eres un novato con miedo a desmayarte, empieza con el 16/8, es decir, ayunar 16 horas y comer en 8. Es el más común y te permite hacer una comida normal sin parecer un cavernícola desesperado.
Si te crees un espartano, puedes probar el 20/4, donde solo comes en 4 horas y el resto del día te dedicas a ver memes de comida y preguntarte en qué momento decidiste odiarte a ti mismo.
Y si ya estás en modo iluminado de las montañas, está el ayuno de 24 horas o más, donde básicamente te conviertes en un monje asceta que sobrevive solo con agua y la esperanza de no devorar la nevera en un ataque de locura.
El ayuno intermitente es la polla, pero no es un pase libre para atiborrarte de donuts y hamburguesas en tu ventana de alimentación. Si comes como el puto monstruo de las galletas en tus horas permitidas, no esperes milagros. Tampoco vale pasarte el día bebiendo refrescos cero pensando que no rompen el ayuno. Y sí, el café solo está permitido, pero sin azúcar, sin leche y sin mierdas raras. Porque si le metes algo, adivina qué: ya no estás en ayuno, campeón.
Si eres de los que pueden aguantar el hambre sin ponerse de mala hostia, adelante. Si eres de los que se transforman en un gremlin sin su desayuno, igual mejor buscas otra estrategia.
Si tienes problemas hormonales, si eres mujer y notas que tu ciclo menstrual se vuelve un caos, o si entrenas como un animal y notas que tu rendimiento se va a la mierda, igual el ayuno no es para ti. No todo es para todo el mundo, así que deja de hacer caso a los iluminados de internet que te venden el ayuno como la cura a todos los males.
Mira, si quieres probarlo, hazlo. Puede ser una buena herramienta si te encaja en la vida y no te vuelve un demonio hambriento. Pero que no te vendan la moto: no es magia, no es una religión, no es obligatorio. Es simplemente una forma diferente de organizar las comidas.
Si te funciona, genial. Si no, pues a comer cuando te dé la gana, que tampoco es que vayamos a vivir para siempre. Solo asegúrate de que, hagas lo que hagas, no te conviertas en el pesado que da la chapa con el ayuno intermitente en cada conversación. Porque, amigo mío, eso sí que no tiene perdón.