Los paquetes de Amazon: una adicción moderna y enfermiza

Pedir cosas por Amazon es un vicio. No importa lo que sea, desde un cargador que no necesitas hasta una máquina absurda para cortar aguacates. Siempre hay una excusa para darle al botón de “Comprar ahora” y sentir esa maldita descarga de dopamina. Y lo mejor de todo es que, una vez hecho el pedido, comienza la gran espera.

Porque sí, en ese momento crees que sigues con tu vida normal, pero en el fondo tu cerebro ya está en modo rastreo total. Cada notificación de envío la revisas como si estuvieras esperando un mensaje del amor de tu vida. Y cuando por fin ves que está en reparto, amigo, la locura comienza.

Ese día te vuelves un maldito espía del vecindario. Escuchas ruidos en la escalera, asomas la cabeza por la ventana, analizas cada movimiento sospechoso en la calle. Hasta un coche aparcado con luces de emergencia te pone nervioso: “¿Será el repartidor? ¿O una trampa para joderme el día?”. Si tienes cámara en el portal, la revisas cada cinco minutos. No puedes hacer otra cosa hasta que tengas el puto paquete en las manos.

Y entonces, llega el momento. “Tu pedido ha sido entregado”. Vas corriendo a la puerta con la emoción de un niño en Navidad… y te encuentras con la mierda de siempre. O el repartidor lo ha dejado en un sitio imposible, o el paquete parece que ha sido atacado por un jabalí en celo. La caja está reventada, con más golpes que un saco de boxeo. Pero tú ya estás demasiado emocionado como para que te importe.

Lo coges, lo llevas dentro y, sin siquiera quitarte la chaqueta, empiezas a abrirlo con unas ganas que rozan lo patológico. Cuchillo, tijeras, con los dientes si hace falta, pero esa caja no dura ni diez segundos. Y entonces… sorpresa. Lo que pediste, que en su momento parecía imprescindible, ahora es solo otro trasto más que probablemente no usarás en tu puta vida. Pero da igual, porque ya estás pensando en el siguiente pedido.

Y así seguimos, enganchados a la compra online, con la casa llena de paquetes y la cuenta en números rojos. Amazon nos ha domesticado como a perritos, y lo peor de todo es que nos gusta.