Runners: esos seres que no saben parar

No importa el día, la hora o el clima. Si sales a la calle, ahí están: los runners. Esos cabrones que han decidido que correr es su religión y que su templo es cualquier acera, parque o carretera que se les cruce. No hay escapatoria. Si sales a pasear, te adelantan con cara de sufrimiento; si conduces, alguno cruza la calle sin mirar porque su “ritmo no se puede cortar”; si abres Instagram, ahí está la puta foto de su reloj con la distancia recorrida, como si hubieran descubierto la penicilina.

Y es que ser runner no es solo correr, es todo un estado mental. No basta con calzarse unas zapatillas y salir a trotar un rato. No, hay que hacer del running una identidad, hay que hablar de ello en cada puta conversación, hay que evangelizar a los que aún creen que caminar es suficiente ejercicio.

Pero lo mejor de todo es la actitud. El runner no corre, sufre. Y tiene que demostrarlo. La respiración entrecortada, el sudor en la frente, la cara desencajada como si estuviera librando una batalla épica contra su propia resistencia. “Hoy ha sido duro, pero lo he conseguido”, escriben en redes sociales después de hacer 5 kilómetros. Amigo, acabas de hacer lo que un niño de cinco años haría en el patio del colegio sin pensarlo dos veces, no me jodas.

Y ni hablemos de los que corren en grupo. Los ejércitos del running. Se juntan en manadas y ocupan la acera entera, obligando a todo el mundo a esquivarles. No les importa. En su mente, están en los Juegos Olímpicos, y tú, simple peatón, eres un puto estorbo en su camino a la gloria.

Lo peor de todo es que correr es adictivo. Un día corres un rato, otro te compras zapatillas de 200 euros, luego te apuntas a una media maratón y, cuando te quieres dar cuenta, estás en un grupo de WhatsApp donde la gente debate sobre geles energéticos y “dónde hacer tiradas largas”. Es un camino sin retorno.

Así que, si algún día te cruzas con un runner, no intentes razonar con él. No lo vas a detener. Es más fácil convencer a un niño de que Papá Noel no existe que hacerle entender a un corredor que no tiene por qué levantarse a las 6 de la mañana un domingo de lluvia para ir a correr. Déjale seguir su puta vida… y apártate si no quieres que te arrollen.