Hay un talento infravalorado en el mundo: saber comportarse. No hablo de ser un gentleman ni de ir por ahí dando discursos motivacionales. Hablo de lo básico, de no ser un gilipollas en la vida, algo que, por lo visto, a muchos se les complica.
Empecemos con lo más simple: si llegas tarde, avisa. No es tan difícil, tienes un móvil en la mano todo el puto día. Un mensaje de “voy tarde” no te cuesta nada y evita que el resto de la humanidad pierda el tiempo esperándote como si fueran tus súbditos.
Luego están los que hablan demasiado alto en espacios públicos. Nadie quiere saber los detalles de tu última borrachera o escuchar cómo le cuentas a tu madre que “el médico ha dicho que es una cosa leve, pero mejor me lo miran otra vez”. Un poco de decoro, por favor.
Y ya que estamos, hablemos de los que no devuelven los mensajes. O peor, los leen y te dejan en visto sin dignarse a responder. ¿Tienes las manos rotas? ¿Te han secuestrado? ¿Eres tan importante que no puedes teclear un “ok”? La educación básica no está de moda, pero tampoco es tanto pedir.
Otra categoría especial de gilipollas: los que se cuelan en las filas. Hay reglas no escritas que todo el mundo debería seguir, y esta es una de ellas. Si todos estamos esperando nuestro turno, ¿qué te hace pensar que tú eres especial? Spoiler: no lo eres.
Y para terminar, mi favorito: los opinadores profesionales. Esa gente que no puede callarse aunque su opinión no le importe a nadie. Si nadie te ha preguntado qué piensas del corte de pelo de tu amigo o de cómo debería educar su perro, igual podrías ahorrarte el comentario. No todo el mundo necesita tu sabiduría suprema.
En definitiva, el mundo sería un lugar mucho mejor si la gente simplemente dejara de ser tan gilipollas. No es difícil: un poco de sentido común, algo de empatía y menos egoísmo. Piénsalo, igual hasta te haces un favor a ti mismo.