Si las reuniones de trabajo fueran productivas, durarían cinco minutos. El mundo laboral está lleno de grandes mentiras: “el trabajo en equipo hace la fuerza”, “aquí todos somos una familia”, “lo importante no es la cantidad de horas, sino la calidad”… Pero ninguna supera la mayor estafa de todas: las reuniones de trabajo sirven para algo. No nos engañemos, si una reunión fuera realmente útil, duraría cinco minutos y acabaríamos con una solución clara. Pero no, en lugar de eso nos encontramos atrapados en interminables sesiones donde la gente habla solo para escucharse a sí misma, donde se pierden horas en debates estériles y donde el PowerPoint se usa como arma de tortura psicológica. Así que hablemos claro: el 90% de las reuniones son una pérdida de tiempo.
Si necesitas más de diez minutos, no tienes claro de qué estás hablando. ¿Cuántas reuniones has tenido que podrían haberse resuelto con un simple email? Seguramente, demasiadas. Pero en lugar de eso, alguien decide que hay que juntarse, perder una hora de la vida de todos y salir sin ninguna solución concreta. Las reuniones no deberían ser monólogos de un jefe que se cree gurú del éxito, ni batallas de egos entre departamentos, ni concursos de quién dice más obviedades con voz seria. Deberían ser rápidas, directas y con un objetivo claro. Si no puedes resumir el punto en cinco minutos, es que ni tú mismo sabes qué estás diciendo.
El día que alguien descubrió que se podían hacer presentaciones con diapositivas, se abrió la puerta del infierno laboral. ¿Cuántas reuniones han sido arruinadas por un PowerPoint eterno lleno de gráficos inútiles y frases que no dicen nada? Si el que presenta empieza con un “No os preocupéis, solo son 25 diapositivas”, ya sabes que has perdido la mañana. Si encima lee palabra por palabra lo que ya está escrito, merecería una sanción inmediata. La regla es simple: si necesitas más de tres diapositivas para explicar algo, no lo has entendido ni tú.
Las reuniones se han convertido en una adicción corporativa. Se convocan para cualquier cosa, aunque no haya nada que discutir. Hay reuniones de seguimiento que no siguen nada, reuniones para planificar otras reuniones y reuniones que terminan con la frase «Bueno, lo dejamos aquí y lo retomamos en la siguiente», condenándonos a repetir la pesadilla en bucle. El 90% de los asistentes están pensando en otra cosa, mirando el móvil o rezando por que alguien diga “Bueno, yo creo que ya está todo claro”. Pero siempre hay un iluminado que decide hacer “una última observación” y alarga el sufrimiento.
Si te invitan a una reunión de 30 minutos y dura una hora, es porque alguien no sabe cerrar la boca a tiempo. Hay personas que confunden hablar mucho con aportar algo útil. Spoiler: no es lo mismo. Sueltan frases como «Voy a ser breve» y ahí sabes que estás condenado. O peor, el clásico «Creo que lo que quiere decir Juan es…» y repiten lo que otro ya dijo, pero con más rodeos. Si lo que vas a decir no aporta nada nuevo, cállate.
Las reuniones solo deberían existir cuando hay un problema que necesita una solución rápida, se requiere una decisión inmediata o no hay otra forma de comunicarlo sin generar caos. Si no es el caso, mándalo por email, por WhatsApp o grábalo en un audio de un minuto.
Las reuniones solo sirven si son cortas, al grano y con un objetivo claro. Todo lo demás es postureo laboral. Así que la próxima vez que alguien te diga “Vamos a hacer una reunión para hablar del tema”, pregúntale si de verdad hace falta o si prefiere que todos sigamos trabajando. Si estás de acuerdo, compártelo con ese compañero que sufre cada vez que le llega una invitación a una reunión sin sentido. Y si eres de los que convocan reuniones innecesarias, revísate, porque estás arruinando la productividad de todos.