Vamos a ver: nos han colado una baliza obligatoria que no es una baliza, es un AirTag con complejo de sheriff. Un aparatito que, en cuanto lo sacas del coche, empieza a chillar su ubicación con GPS.
Y todos tan contentos, porque según ellos es “por nuestra seguridad”. Sí, claro. Como cuando te dicen que el radar es “preventivo” y luego te soplan 200 pavos por ir a 92.
La realidad es otra: Ahora todos llevamos un puto faro digital del que pueden tirar para saber dónde estamos, cuándo, cómo y cuántas veces hemos frenado. Un chivato luminoso, un mini Gran Hermano con imán. Y encima lo hemos pagado nosotros a precio de oro.
Pero tranquilos, que todavía nos queda un resquicio de rebeldía: la JAULA DE FARADAY. Ese inventazo mágico, barato y brutal que bloquea señales. Vamos, que metes la baliza dentro y pasa de ser un GPS con ego a ser un pisapapeles más triste que un triángulo viejo.
Porque lo que no puede ser es que te obliguen a llevar un trasto que rastrea mejor que tu ex, mientras tú ya llevas encima un móvil, un smartwatch, un coche con eCall, un cuadro que conecta con la nube y mil polladas más.
¿De verdad hace falta otro aparato más diciendo dónde estamos? ¿Otro dispositivo para que cualquier mindundi con acceso pueda dibujar tu ruta como si fueras un paquete de Amazon?
Al final esto será como todo: obligatorio llevarla, opcional que funcione. Y mientras tanto, nosotros, cada vez más localizados, más conectados y más vigilados… hasta que alguien diga basta y meta la baliza donde mejor está: encerradita, muda y sin dar por culo.